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Hay una suave brisa que se disipa, fría, tenue pasa lenta frente a él sin prisas, pareciera que para mis días en este encierro lo solido del ser etéreo se derrumban a la ausencia, de un nuevo mundo al arrebato constante de vidas, pero, ¿cuándo no era así el mundo? He decidido, adentrarme aún más en aquel bunker, mientras liquido el calor de un tinto y lo convierto en café frio con un poco de leche; ese sabor que no se distingue en su dulce del líquido, me hace extrañar sin embargo los viajes ya monótonos, en aquellas carcasas de metal cargados de gentes sin distanciamiento social, en una carretera al eterno retorno de una universidad, he decidido posarme en aquel bunker a robar olvidos, de aquellos que caminan descalzos, esperando un mercado o tal vez la dicha de un subsidio solidario.
Realmente al entrar en cada clase a distancia recuerdo con nostalgia aquellos tiempos modernos de Chaplin, hombres convertidos en máquinas, cuando en las tardes el frio termina de disiparse se halla ya en nuestros cuerpos, el calor que es ahora el que tenue. Observo a mis vecinos jugar parques, tomarse una cerveza costeñita, retando al distanciamiento del gobierno, uno que simplemente no cala dentro de nuestra cultura introvertida y sin temores.
Las lógicas dentro de esta tierra sin sentido de aquella exigencia gubernamental, no cogen fondo, en un país divido entre una izquierda y una derecha, al día siguiente ya sea en las grandes plazas, mercados; aquel alejamiento que les impide estar cerca por sus ideologías no existe, cuando llega la hora de trabajar todos van al mismo pie, juntos, mientras el virus como un fuego sin hacer daño a primera vista, los consume sin pedir permiso, sin respetar su voto, credo, y sexo.
El aliento y mi lucidez se sombrean, al contemplar y sentir el frio haciendo retorno, las estrellas alumbran más mientras observo una constelación asomarse a mi mente, no distingo entre un sombrero o una víbora o si es un elefante más de aquellos que he visto en mi región, aquellas estrellas se perpetúan como fantasmas mientras añoro que aozl volver a construir las ruinas del ser, aquel mundo etéreo de contratos fijos, indefinidos, al fin al cabo ladrones de un tiempo, volvamos a entender que este encierro solo nace en nuestro interior, porque es solo aquel bunker llamado lógica donde encerramos aquella conexión, con un mundo que nace desde nuestro interior; vale la pena soñar que el ser humano ha roto el reloj, vuelvo a fascinarme con el principito, o con Gabo y un retorno del patriarca, que vuelve a sonar con la pregunta sobre. ¿qué hace una vaca en un balcón presidencial?
En estos tiempos, he anotado con tranquilidad cada apunte sagrado de mis docentes, pensando que pueden observar más allá de la cámara, más allá de los cuarenta kilómetros de Sincelejo con Ovejas, un llamado de atención a distancia, que me termina de robar la nostalgia, al desear de nuevo aquella entrega del hombre a un pequeño contrato social, que me acoge dentro de lo llamado autonomía universitaria, observando otra vez tardes frescas otras no tanto, pero al final de cuentas únicas, porque las vivo y siento con emoción.
Focoault nos hablaba sobre un panóptico, que yo veo insuperable, materialista, pero en mi Colombia, aquella donde existen iguanas de colores que consumen el presupuesto de los ojos, es fiel a nosotros, que el nuestro es uno criollo, no causa tanto revuelo, no da miedo, porque este ya nos consumió del todo; pienso que puede haber un buen escritor, cineasta, poeta que retrate el amor en los tiempos del covid, dejando de lado las prisas, los deseos por las canas, el trastorno de la calma, sin buscar un plano oscuro ni muy brillante, tal vez tibio o quien sabe, estaré conforme si se haya a sí mismo en la obra reflejado como el productor, editor, guionista o actor, que consolide el papel de su vida; la historia de dos enamorados separados por un estado que al reír de sus milenialls, le suma más cuatro, mas quince a cada semana de alargue de la cuarentena.
Mis condiciones son simples como pueden leer, la exigencia dramática de una obra sólida, entregada a unos fieles lectores o público, que en su auge se escuche un discurso tal como el del gran dictador, una añoranza a la sátira de un mundo que debe entender que el amor se puede hacer más allá de las sabanas, incluso en la política, no hace falta vernos las caras para podernos contar aquella historia, me he dedicado ahora a la calma he dejado el Red bull, el estrés, y el acné de mi rostro, me concentro ahora en cuidar las plantas de mi casa, en arreglarlas tal vez haciendo memoria, de aquel mundo antes de la pandemia donde Hector Abad padre aun planta sus rosas, recordándonos que antes que el olvido nos consuma, sepamos lo que seremos…