“El otro camino»

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“El otro camino” es un documental de cuatro capítulos que narra cómo los campesinos del Carare, específicamente en Cimitarra, pudieron lograr un proceso de paz particular e independiente para poder permanecer en sus territorios y poner a producir esa tierra maravillosa y lograr la paz.

Fue producido por los jóvenes realizadores Alejandro Vargas Corredor, Carolina Loaiza y Mario André Rodríguez, que le apuestan a creer que la paz puede existir en nuestro país. El lema de presentación del documental es: “A finales de los años ochenta, mientras que la mayoría apostó por las armas, unos pocos campesinos, sin poder político, económico o militar, apostaron por la paz. Y lo lograron”, qué lo dice todo.

La síntesis del argumento es que unos campesinos cansados de la violencia deciden enfrentar directamente y armados solamente con su palabra, a un frente de las FARC, que los venía hostigando, a los paramilitares que llevó el narcotráfico a la zona que también los acosaba, y al Estado colombiano representado por la policía, el ejército y las autoridades civiles, que los desconocía como ciudadanos, los agredía, los irrespetaba y no les prestaba ninguna atención para resolverles sus problemas. Crean la Asociación de Trabajadores del Carare con su propio dinero, sin ningún aporte estatal, para poder solventar todas sus necesidades con iniciativa propia. Construyen una escuela con profesores pagados íntegramente por ellos, una tienda para vender semillas, insumos y comprar sus cosechas, en fin, logran una independencia laboral y económica sin depender del Estado. En palabras de uno de los protagonistas del documental: “vendían paz”. No sobra decir que sólo un frente de la guerrilla y después un comandante de la misma respeta el acuerdo y los dejan trabajar.

Eran acusados de ser informantes de la insurgencia por unos y de ser auxiliadores del ejército y los paramilitares por otros. Este estigma fue fatal para tres de sus dirigentes: Josué Vargas, Saúl Castañeda, Miguel Ángel Barajas y la periodista colombiana Silvia Duzán, quien estaba escribiendo sobre la valiosa experiencia de los campesinos y realizando un documental, la noche del 26 de febrero de 1990 en el Bar La Tata de Cimitarra son asesinados por los paramilitares. Los asesinos se refugiaron en el cuartel de la policía, según denuncia de los sobrevivientes de la asociación, y hasta la fecha no se conocen sentencias ni castigo para los perpetradores físicos e intelectuales.  Los campesinos ganaron, en 1.990, en Estocolmo, Suecia, el Primer Premio Alternativo de Paz, hecho que fue opacado por el presidente de la época, Cesar Gaviria.

Como consecuencia del asesinato de los líderes de la Asociación, este proceso se truncó, pero quedó la demostración de que hay más formas de llegar a la paz y en este caso específico, “El otro camino” promovido y llevado a la realidad por los campesinos colombianos de esta región. Últimamente los paramilitares volvieron con mayor violencia.

Lo ocurrido en Cimitarra me hizo recordar una película llamada “La Misión” protagonizada por Robert de Niro, Jeremy Irons, e indígenas colombianos, filmada en gran parte, en las selvas colombianas. 

El tema de la película es relatar los hechos verídicos de una comunidad Jesuita que había impulsado una misión de indígenas guaraníes en 1.578, en las fronteras de Argentina, Paraguay y Brasil, logrando en ella independencia productiva y sustentable. Sembraban y vendían sus cosechas, fabricaban elementos como instrumentos musicales y muebles, habían alcanzado unos ingresos anuales de 120 mil escudos que eran repartidos equitativamente entre los miembros de la comunidad. Para aniquilar la misión, los acusaron de “enseñar a despreciar la propiedad y desobedecer la autoridad del rey” y en resumen, ese negocio tan próspero no debía ser propiedad de los indígenas, “cómo se les ocurre, no tienen ningún derecho, son indios sin alma” y por eso había que acabarlo. El poder feudal de la época no podía permitirlo.

En los hechos narrados, tanto en el documental, como en la película, el resultado es el mismo, con cientos de años de diferencia. El exterminio de quienes, por obra y gracia de alguien, y sin proponérselo, son declarados enemigos, por el simple hecho de ser libres, independientes, trabajar y vivir en paz.

Este sistema de producción feudal se impuso en todo el continente, se caracteriza porque un señor feudal, dueño de las tierras, montado a caballo, determina sobre la vida, hacienda y negocios de sus súbditos en toda su región y hoy como ayer, nuestro país sigue igual, o peor. No permite el capitalismo ni cualquier forma de independencia económica. Solo quieren apoderarse de la tierra y de los negocios a los que les imprimen el mismo concepto terrateniente. El capitalismo se basa, fundamentalmente, en la iniciativa privada, pero en Colombia esto no le es permitido a los ciudadanos del común. Los intereses de unos pocos empresarios, con sus ejércitos privados, de todo tipo, estatales o no, y apoyados siempre por los gobiernos de turno, impiden que cualquier persona pueda incursionar en un negocio lucrativo que pueda afectarlos. ¿Cómo se puede desarrollar un país con tal estructura de poder? Ese discurso de que somos una nación capitalista y que “Estamos muy cerca de ser un país desarrollado” como dijo Enrique Peñalosa en días pasados (1), es la mentira más grande en la que han sumido a los colombianos. 

Si queremos paz y desarrollo sostenible, como la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare ATCC, es necesario que nuestro país sea realmente capitalista, dejando atrás esos poderes e intereses que nos tienen tal y como estamos. La Paz será duradera en la medida que cambiemos el modelo económico de feudal al capitalista.

(1) https://www.pulzo.com/economia/enrique-penalosa-dice-que-colombia-cerca-ser-pais-desarrollado-PP1060116

 

Las opiniones realizadas por los columnistas del portal www.laotravoz.co no representan la identidad y línea editorial del medio. Les invitamos a leer, comentar, compartir y a debatir con respeto.

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