La creación de círculos de solidaridad, transformación social, ecológica, económica, institucional, social y política podría ser lo que necesitamos “El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten las injusticias” Albert Einstein
La pandemia que enfrentamos nos muestra la gran vulnerabilidad de la especie humana. Se evidencia con toda crudeza que el dinero no compra la salud, ni la vida. Nada será como antes, ¿estamos dispuestos a asumir los cambios?, ¿podemos lograr una economía al
servicio de la vida y no la humanidad al servicio de quiénes concentran el capital? La llamada mano invisible del mercado ha dejado al desnudo los límites inaceptables del individualismo y los riesgos de extinción de la vida humana. Esta propuesta es un llamado del sentido común para transformarnos como especie, para defender los derechos de la naturaleza, para que la solidaridad cuente más que el egoísmo, la paz más que la guerra, el amor más que el odio, la justicia más que la impunidad y, para que la democracia sea el escenario vital para producir los cambios profundos que la humanidad requiere.
En el informe de la ONU, Global Environment Outlook (GEO) de 2019 producido por 250 expertos, sobre el estado
del planeta, estima que la contaminación atmosférica causa entre 6 y 7 millones de muertes prematuras al año, que la falta de acceso al agua potable es la causante de que 1,4 millones de personas fallezcan anualmente de enfermedades evitables como diarreas y parásitos relacionados con las aguas contaminadas, que 3.200 millones de personas viven en tierras degradadas por la agricultura intensiva o la deforestación. Antes de esta crisis seguían muriendo cada hora 1200 personas por falta de acceso a medicamentos y, un niño menor de 15 años seguía muriendo cada cinco segundos, más de 6.3 millones al año por enfermedades diarreicas y parasitosis intestinales. Un tercio de la humanidad no tiene acceso a medicamentos. Entre tanto las multinacionales farmacéuticas multiplican sus riquezas constituyendo el 1.3% del PIB mundial facturando un billón de dólares al año, mientras el personal de la salud carece de estabilidad laboral y es mal pago en muchas regiones del mundo.
Al tiempo, la FAO informó que más de 820 millones de personas pasan hambre y cerca de otros dos mil millones sufren la amenaza de padecerla., mientras se echan a la basura un tercio de los alimentos producidos en el mundo, aproximadamente 1.700 millones de toneladas de comida al año. El estudio GEO advierte además que para el año 2050 las posibilidades de supervivencia de la humanidad estarán drásticamente limitadas, la destrucción sería provocada por la desaparición de la capa de hielo del Ártico, el aumento de las muertes por contaminación del aire en las ciudades y la extensión del desierto en amplias regiones de la tierra.
Unos 4 mil millones de personas agonizarían en tierras desertificadas, sobre todo en África y el Sur de Asia. Advierte el estudio además que los elementos contaminantes en el entorno ambiental provocarían que los antibióticos no serían efectivos en los humanos, lo cual sería la primera causa de muerte en el mundo a partir de la mitad de este siglo. La desigualdad está en el epicentro de la problemática. El Global Wealth Report de Crédit Suisse afirma en su último estudio que el 45% de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población, mientras el 90% tan sólo posee menos del 20% de la riqueza disponible. Estos desequilibrios e injusticias se constataron antes de la crisis mundial provocada por el COVID-19, que a la fecha de este escrito, oficialmente registra ante la OMS 2,7 millones de personas infectadas y 194 mil muertes, declaratorias de estados de emergencia, restricciones a la democracia y confinamiento en casi todos los países. Antes de encontrar una vacuna morirán millones de personas y millones más
morirán de hambre, muchos estallidos sociales se seguirán produciendo y aumentando en muchos lugares del mundo.
La violencia producirá muchas muertes más, instituciones y gobiernos colapsarán. La humanidad no será igual después de que se supere esta pandemia, la pregunta es: ¿seremos mejores o peores personas?, ¿tendremos mejores o peores gobiernos?, ¿tendremos gobernanzas democráticas o seguiremos estando sometidos al poder del dinero y de las armas?, ¿superaremos el patriarcado que en esta pandemia ha multiplicado la violencia y la desigualdad contra las mujeres?, ¿dejaremos atrás esta cultura del más fuerte que deja morir a sus ancianos y a
las personas con discapacidad? El virus desnuda lo que hemos hecho del mundo, de la vida, de las relaciones, del entorno, del planeta. El virus toma una fotografía de todo lo que ha causado el modelo centrado en la mercantilización de la vida (eso que llamamos “capitalismo” o su expresión más cruda “el neoliberalismo”), pero también nos muestra que es posible transformarlo, transformarnos, ser distintos. Pero la tarea de transformar la humanidad no puede depender de las reacciones de la naturaleza frente a las fuerzas depredadoras del sistema. Es
nuestra gran responsabilidad asumirlo y concretarlo.
La humanidad no soporta más que en nombre de la libertad y las fuerzas del mercado, una minoría siga apropiándose de la riqueza del planeta, siga reduciendo la democracia y la intermediación política a sus propios intereses y continúe provocando la destrucción de ecosistemas, de la biodiversidad y poniendo en peligro la supervivencia misma de la especie. La salud, la alimentación, el acceso al agua potable, la educación, a una renta básica, a una pensión y otros derechos fundamentales han sido convertidos en mercancías. Incluso la seguridad y las propias personas se han mercantilizado en muchos lugares del mundo, como parte de las nuevas formas de esclavitud que nos ha impuesto el consumismo. El Estado, lejos de garantizar todos los derechos humanos, ha optado por reprimir las protestas sociales que los reclaman, asegurando el statu quo al servicio de los más poderosos. Por su parte, las instituciones interestatales tienden con sus decisiones a asegurar la reproducción del capital financiero y especulativo, concentrando el poder en ese 1% de la población que controla la riqueza mundial. Muchos gobiernos autoritarios se han erigido en nombre de la seguridad, la xenofobia, el racismo y la discriminación, afectando los procesos de integración más significativos, como la Unión Europea, arrasando las libertades y destruyendo las libertades civiles y los derechos sociales y colectivos. Hoy más que nunca se hace evidente la importancia de la defensa integral de los derechos humanos, la protección de los derechos civiles y políticos y la realización de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. ¿Qué debemos hacer? Organizarnos para acceder a la administración pública a nivel local, regional, mundial, promoviendo gobernanzas democráticas estatales e interestatales, la solidaridad real no la caridad, y la integración de los pueblos en aras de transformar la humanidad y proteger los derechos de la naturaleza.
Unámonos los que consideramos que debemos actuar ya, extendiendo la participación ciudadana, tejiendo amor y responsabilidad social, por encima de las diferencias religiosas, ideológicas y políticas. Unámonos los que tenemos
la conciencia y la voluntad para que la gente más capaz, con liderazgo popular, honestidad y solidaria llegue a todos los lugares y escenarios al poder público. Por tanto convoco a crear círculos de solidaridad, de transformación social, ecológica, económica, institucional, social y política en zonas rurales, pueblos y ciudades, en todos los países y continentes, conformados por 10 o 30 familias o personas que compartan los objetivos que aquí se expresan.
La base moral de estos círculos debe ser la empatía, que se define como la “participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella”. No se trata de la solidaridad entre similares, sino entre los distintos. Apoyo mutuo frente a quienes más lo necesitan, en un marco de respeto, comprensión, y solidaridad. En éste ejercicio para ponerse en los zapatos del otro, para transformar prácticas individuales y colectivas, se hace imprescindible reconocer a quien antes era un desconocido, o un extraño, y entenderlo en su condición humana. Se trata de construir nuestra propia red social con quienes nos rodean y compartimos simpatía, pero también (sobre todo), hacer el ejercicio de tejer con quienes estando cerca, no han hecho parte hasta ahora de nuestro circulo de afectos, para que empiecen a participar de ellos, en función de un proceso de transformación humana. Que la excepcionalidad construya una nueva normalidad. Cada círculo podría estar integrado por personas cercanas, pero debería estar integrado por personas de diferentes sectores sociales e incluso etnias, involucrando a citadinos y campesinos, indígenas, afros, empresarios, empleados, ancianos y jóvenes, sin discriminaciones de género, ni de ninguna naturaleza, que compartan que la economía debe estar al servicio de todas las personas, en particular de las comunidades más vulnerables, que debe asegurarse el derecho a la alimentación, el derecho a la salud y a la educación, el pleno empleo o una renta básica para quien carezca de un trabajo decente y la jubilación. Reconocer y ampliar los derechos de la naturaleza, promover la integración de los pueblos.
Cada círculo promoverá la integración y la solidaridad entre sus miembros y tendrá delegados o delegadas que se comunicarán con otros. Con aportes hechos de acuerdo con las capacidades de los integrantes se creará un fondo social. Si los círculos se multiplican como células que se unen en relaciones horizontales, construiremos una fuerza social transformadora indestructible a nivel de cada país y a nivel global. Los círculos sentarán las bases de una democracia auténtica y cotidiana, sus integrantes se formarán permanentemente y colaborarán entre sí para compartir los bienes materiales de los que se pueda disponer y para nutrir un nuevo sujeto social que transforme las personas, las familias, las comunidades y los Estados. Los círculos no tendrán jerarquías pero se coordinarán para
alcanzar los objetivos a corto, mediano y largo plazo. No deberán integrarlos los que promuevan cualquier forma de violencia o de discriminación. La no violencia será un principio, práctica y objetivo; se contribuirá a erradicar la corrupción pública y privada; se promoverá un Estado y un orden interestatal para garantizar el respeto integral de los derechos humanos, así como del medio ambiente reconociendo y ampliando los derechos de la naturaleza, para proteger y recuperar los ecosistemas y la biodiversidad del planeta. Se promoverá la creación de un nuevo orden económico nacional e internacional donde los Estados intervendrán la economía para garantizar el disfrute universal de los derechos aquí mencionados; la economía se centrará en fuentes energéticas renovables; se crearán regímenes tributarios de carácter nacional e internacional para que los que tienen más paguen más impuestos, se reducirán los gastos militares y las FFAA en el mundo, las Naciones Unidas serán transformadas para asegurar la gobernanza democrática global y una auténtica democracia multilateral.
La libre empresa no tendrá más límite que la garantía plena e integral de los derechos humanos y de la naturaleza.
Los círculos contribuirán a empoderar a las mujeres, a la juventud, a las comunidades vulnerables y pueblos para que contribuyan a crear relaciones de poder horizontales con actores públicos que entenderán el reto inaplazable de transformar la humanidad. Los círculos se integrarán entre el norte y el sur, el este y el oeste, todas las comunidades étnicas, religiosas, deportivas, artísticas, académicas, científicas, económicas, sociales, de género, de jóvenes, de población con discapacidad y profesionales y políticas, lideresas y líderes de cualquier naturaleza que compartan los objetivos de este llamado para promover sociedades más libres, justas e incluyentes, bajo los principios de igualdad de derechos, de equidad social y de responsabilidad histórica son llamados a nutrir y multiplicar esta propuesta. Los círculos de solidaridad, de transformación social, ecológica, económica, institucional, social y política, no pertenecen a personas, ni a partidos políticos, ni a comunidades religiosas, ni a una ideología en particular, ni a un país, ni a una cultura en particular. Nacen para transformarte, transformarlos, transformarnos, transformar la humanidad y sobrevivir con dignidad individual y colectiva a esta pandemia. Apliquemos esta máxima de Paulo Freire: “Nadie educa a nadie, nadie se educa solo. Nos educamos entre sí con la mediación del mundo”.
Los círculos no son un movimiento ni partido político, tampoco una plataforma electoral. Ante la crisis social y ambiental exacerbada por la pandemia, son desarrollo de la participación como derecho y deber ciudadano para contribuir a la mejora de las personas, de la sociedad y de la casa común que es el planeta o como bien lo llaman los indígenas “nuestra madre tierra”. Nos encontraremos en las redes sociales y avanzaremos con tal vigor y fuerza, que el después de ésta crisis, no será el apocalipsis sino el renacer de la humanidad.
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