Qué se siente estar en un escenario

Qué se siente estar en un escenario

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El sueño de unos, la pesadilla de otros; subir a una tarima para volverse parte de este acto y convertirse en el foco de atención de todos los demás. El escenario hogar del artista, lugar donde los sueños se hacen realidad, con tintes sagrados y metafísicos, donde se gestan hazañas y a veces tropiezos, cuyo simbolismo es tan profundo, tanto dentro como fuera de este.

Sus orígenes se remontan a nuestros ancestros que disfrutaban contando historias de la cotidianidad con una atmósfera religiosa, actuaban para sus compañeros de caverna que acompañándose de una hoguera y tal vez instrumentos musicales primitivos, contaban historias de caza, hazañas meritorias, viajes a otros lugares, visiones del futuro, historias del pasado mientras los demás depositaban completamente su atención en estos juglares prehistóricos: los primeros artistas de la historia.

El escenario fue evolucionando para dedicar este recinto, únicamente al ocio y el entretenimiento, un lugar diseñado para concentrar la atención de las demás personas en un solo espacio. Qué sentirían aquellos primeros artistas que representaban obras teatrales o aquellos que con la lira deleitaban a sus escuchas, será un interrogante eterno que vivirá en la euforia de los que tuvieron la suerte de ver sus espectáculos y en la gloria de aquellos artistas.

Hoy en día se ha vuelto diverso, con infinidad de espectáculos para ofrecer: música, teatro, comedia, blogs, automovilismo, shows acrobáticos, lucha, etc. Cada artista representa una parte de la cultura de su pueblo y en sí, una parte de la historia contemporánea; aquí es donde comienzo a contar mi experiencia personal en este breve relato, en este instante de la historia, con este granito de arena que aporto en la inmensa playa de la cultura mundial y me gustaría compartirlo con ustedes.

Quiero revelar que la mayoría de los artistas sentimos nervios antes de entrar a un escenario, ya sea por el respeto que le tenemos a este espacio, la incertidumbre de cómo se llevará a cabo el acto o por el público que tiene ciertas expectativas y queremos cumplirlas. Partiendo de este punto hay una ansiedad antes del acto, antes de comenzar esta aventura que no durará mucho, pero se quedará en la memoria y el corazón de algunas personas.

Antes de subirme, durante esa etapa de nervios tengo un ritual que consiste en calentar las manos, calentar la voz y hacer ejercicios de respiración para canalizar esos nervios y convertirlos en algo mágico, en euforia y júbilo. Cuando pongo un pie en la tarima esos nervios se van haciendo más tangibles, la tensión sube entre el público y en la atmósfera en general, esos instantes se vuelven eternos y cada movimiento se es más pesado que el anterior, te quedas atónito y esa tensión que parece subir cada vez más, estalla cuando tocas el primer acorde, la primera melodía del repertorio que has preparado.

Luego sigue la etapa de romper el hielo, que tiene un significado especial, vas transformando esa tensión en una conexión con el público, quieres llamar su atención, a veces te sobreactúas un poco para conseguir una mirada, se vuelve evidente la complicidad de aquellos que fueron a verte y es el momento que más disfrutas. A medida que se van consumiendo las canciones como un cigarrillo en la fría noche, el temor se diluye y aparece la euforia, disfrutas de cada nota que tocas, cada acorde que haces, cada melodía y ves al público, se genera una atmósfera de conexión, no te cambias por nadie, escuchas tan fuerte el canto de las otras personas que sientes que es tu propia voz, este realmente es el clímax de la actuación.

Finalmente llega el momento de la despedida, nostálgico porque el tiempo se pasó volando y quieres más pero el cuerpo ya no responde, te despides de tus cómplices de la noche, les agradeces con un par de canciones más y terminas la actuación, nos dirigimos al último momento: el de satisfacción y agradecimiento. Satisfacción de hacer tu trabajo bien y agradecimiento con la vida, con el público y con tu profesión.

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