Para empezar quisiera compartirles un poco de por qué me inspire para escribir este artículo, que pareciera digno de esas series que solían entretenernos a algunos en el inicio de la pandemia, pero con el perdón de ustedes, puesto que al ser tan personal esto que les voy a contar, suele ser inevitable para mí no sentir nostalgia y comprender a tantas familias desplazadas de mi país.
Mi abuelo materno fue un caminante errante, de una guerra que empezó con dos colores, azul y rojo. El fuego quemó su casa, pero no su corazón de campesino trabajador y lleno de amor por su familia. Su historia me permitió entender que cuando era posible la solidaridad de unos vecinos y la cultura de sembrar era un digno don que era posible pasarlo de generación en generación, era posible levantarse las veces que quisieran y sabían que había comida para todo el mundo, pues el mantenerse vivos y en un territorio lleno de grupos armados legales e ilegales, implicaba doble trabajo, hasta triple, pues ambas organizaciones solían pedir abastecimientos, y bueno cabe resaltar que mi abuelo era integral en su trabajo, pues era su propio jefe. Mi mamá y mis tíos excelentes ayudantes en la empresa del campo, a pesar de su corta edad, pues más que explotación laboral infantil, era el seguro de que podían seguir viviendo o sobreviviendo, alimentarse ellos y por consiguiente a los demás visitantes armadamente inesperados, vaya que han pasado aproximadamente 70 años, de los cuales mi abuelo alcanzó vivir la mutación del conflicto armado en Colombia y sé que más de uno me dirá tú abuelo tuvo suerte de morir de viejo, y sí, estoy totalmente de acuerdo.
¡¿Porque suerte?! Bueno quien sea colombiano y sea testigo de todos los desplazados que hemos visto en carreteras, en el transporte público e incluso en la calle, al escucharlos es estremecedor cuántos de ellos vieron asesinar a sus seres queridos; me suelo decir cuan vicioso puede ser el odio que repite una secuencia una y otra vez, literal nos estamos matando entre nosotros mismos en una eterna venganza, pues escuchas historias tan terribles como: “ a mí me mató mi familia los paramilitares entonces los vengaré y me iré a la guerrilla, o a mi familia la mato la guerrilla me iré al ejército” y eso si es mayor de edad, porque no es casual que en su momento se escuchaban noticias de niños empuñando armas, en contra del ejército.
En fin, este muy resumido sentir lo traigo a colación, ya que en estos días de pandemia leí un artículo de Ronald Anrup un profesor de la Sweden University en Suiza, llamado la nuda vita y la soberanía estatal 2010, de una recopilación de escritos del libro Aportes para una Filosofía del Sujeto, el Derecho y el Poder de la Universidad Libre, y me tomo la libertad de transmitirles, como recordar su artículo me identifica de alguna u otra manera, pues su analogía, si así lo puedo denominar, con el perdón de los conocedores, me atrevo a citarlo, así: “Lo que el filósofo italiano Giorgo Agamben llama la nuda vita ha dejado en Colombia de ser una idea para tomar cuerpo en esa “muchedumbre desnuda”, en este cuerpo vivo de millones de desterrados, mujeres y hombres, campesinos y trabajadores, que a causa de la violencia militar y paramilitar han perdido sus tierras y su terruño.”
Y algunos nos preguntaremos que significa “la nuda vita” y el profesor Ronald Anrup lo describe de la siguiente manera “es la vida a la cual se puede dar muerte” con el tiempo me atrevería agregarle a dicho artículo publicado en el 2010, que tanto un bando como el otro legitimaron quienes podían a su parecer morir o vivir, sin importar mucho que nuestra constitución proteja la vida.
¿Saben? para mi estas circunstancias han afectado la posibilidad de que nuestros campesinos tengan en el mercado el lugar que se merecen y que en pandemia entendimos su importancia y valor, nuestro país tiene tierras fértiles que con trabajo e innovación nos posicionarían como uno de los mejores a nivel mundial y con calidad inigualable en sus productos; los colombianos tenemos una gran capacidad de trabajo, la gran mayoría descendemos de hombres y mujeres honorables.
También considero, que el conflicto no ha generado una pésima cultura financiera pensado que el dinero “Fácil” está en el conflicto armado y etc… de cosas lascivas que sería redundar traerlas a colación, en vez de fortalecer la educación, que a mi parecer debería apoyar a potencializar el talento de los más pequeños y ampliar el conocimiento en varias áreas. No todo puede concentrarse en una manera de generación de empleo o dinero, estamos en un mercado pluralista que demanda innovación, calidad y la mayor educación financiera posible, este país merece inversión en la pequeña, mediana y fortalecimiento de las grandes empresas, pues todos ganamos; el pequeño y mediano empresario al tener diversificación de mercados tiene mayor posibilidad de crecimiento.
Solo confió que nuestros caminantes errantes nacionales, encuentren seguridad en sus tierras y aporten desde sus talentos a nuestra economía, también espero seguir disfrutando de su sabiduría y valores que tanto necesitamos recordar, viéndonos a la cara como aquellos vecinos solidarios y prestos a crecer juntos con trabajo digno e integral.
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