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En el principio del dilema tenemos baños de hombres y de mujeres, una primera premisa que demuestra que vivimos en un sistema altamente contradictorio, pues promueve la homofobia y al mismo tiempo se muestra también heterofóbico; en ese mismo sentido niega promover la cultura de violación pero asume como cierta la posibilidad de que “TODOS” los hombres son potenciales violadores, y por eso, mujeres y hombres no pueden estar juntos, entonces tenemos lugares exclusivos por géneros, creando situaciones de discriminación, un caso más de algo que fue creado para empoderar y terminó sirviendo para menoscabar la dignidad de alguien. (Para más ejemplos remítase a la burka, la falda, el cabello, los zapatos y ahora los baños)
Pero bueno, para entender el panorama partamos de la idea de que el género es una categoría que no solo atañe a las mujeres, pues es esta precisamente la división social y teórica que por tradición asigna características y roles sociales, pero sobre todo ha decidido los destinos de los miembros de las comunidades humanas basándose en la diferenciación de su órgano genital, dividiéndola de esta forma en hombres y mujeres, género femenino y género masculino. Así pues, tanto unos como otras tienen género. Esta división usada desde tiempos prehistóricos determina unas acciones en lo “privado” y lo “público”, lo individual y lo colectivo para ambos géneros partiendo de la idea práctica de que fisiológicamente “hombres” y “mujeres” son distintos, lo cual en principio no debería generar resistencia. El problema nace, cuando un género y no solo la persona titular de él, sino su naturaleza, acciones, responsabilidades e incluso su artificial destino son más importantes, más correctas, más buenas, más nobles, más sublimes en fin, son superiores a las del otro.
Es así como, el género masculino fue sobrevalorado por encima del género femenino, logrando que todo aquello considerado femenino se piense inferior y termine siendo marginal en el pensamiento colectivo, situación que podemos evidenciar en un inocente juego de niños cuando de manera desparpajada cualquiera de ellos grita “el último que llegue es una niña”, demostrando que ser niña, mujer, fémina o femenina está mal, es lo peor, en últimas es totalmente indeseable.
Todo lo dicho anteriormente con el fin de explicar porqué las mujeres deben ser más empáticas con la lucha de los movimientos LGBT, pues la discriminación que a nivel mundial sufrimos, se da en razón de desear y anhelar esos roles o características que la sociedad misma considera indeseablemente femeninos. Para que te discriminen por ser gay no debes serlo, basta con parecerlo y para parecerlo basta con que te guste la cocina, el orden, el cabello largo, la limpieza, o los hombres. Y así ser considerado indeseablemente femenino o como se dice de manera claramente despectiva “afeminado”. En este mismo sentido las mujeres transgénero también son la clara muestra de la desigualdad práctica entre hombres y mujeres pues siendo designadas como “hombres” en el nacimiento, al crecer renuncian a sus privilegios masculinos y la sociedad de inmediato les da la espalda despojándolas muchas veces de sus derechos más básicos, solo por asumir el género como una decisión propia y no externa, y mucho menos divina.
Pensémoslo de esta manera, Sebastián es un chico que asiste todos los días clase y vive en casa de sus padres, luego en el camino de su construcción identitaria decide que se siente más cómodo asumiendo roles y características físicas más asociadas con lo femenino que con lo masculino y rechaza el género que los médicos, su familia y la sociedad le asignaron al nacer cuando vieron que entre sus piernas había un pene y no una vagina. Así pues, viste otro uniforme, quiere ser llamada Paola y no Sebastián y en ese momento, el colegio le cierra sus puertas, su familia la desprecia, sus amigos la niegan y las oportunidades laborales se vuelven mínimas, para nuestra sociedad hay algo peor que nacer mujer, es decidir serlo.
Las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgeneristas, no somos un tercer género, tampoco nuestra lucha ha sido o servido para acabar con esta categoría, pero sí hemos ayudado a las mujeres en su esfuerzo de redefinir las características y utilidad del género, promoviendo cada vez más puntos de encuentro entre lo femenino y lo masculino, buscando terminar con la superioridad que hasta el momento se ha planteado, promoviendo las preguntas ¿qué es ser hombre?¿qué es ser mujer? y en ese esfuerzo hemos invertido lo único que tenemos y que siempre ha sido el territorio de nuestra lucha “nuestro cuerpo”.
En conclusión, las mujeres y las personas de los sectores LGBT compartimos la misma lucha, nuestra lucha por tener libertad para ser, sin que nuestra entrepierna nos imponga como debemos vernos, como debemos comportarnos, que debe ser importante, a que podemos aspirar, como debemos amar, sentir o vivir. Tenemos una oportunidad de lujo para darnos cuenta que hemos convertido al otro en enemigo cuando debe ser un par y allí, en la coexistencia y el enriquecimiento mutuo está la clave de la paz estable y duradera.
Calladita no me veo mas bonita.