No solo de ingenuos pecan los ingenuos, también los vivos a veces se hacen su propia zancadilla.
Aun cuando parezca mentira, a Uribe –ya tan grandecito y mayorcito– lo engañaron como a virgen estuprada. Se preguntarán algunos qué es el estupro. Pues era un delito que existía en el Código Penal anterior y que algunos románticos del derecho penal llamaban “estafa de sexo”. El profesor Lisandro Martínez Zúñiga lo definía como “prometer y prometer hasta meter y después de metido nada de lo prometido”. En síntesis, la víctima por ingenua es engañada y termina entregándose. El Código vigente desde 1936 hasta 1980 estableció en el artículo 320 el delito de estupro así: “el que obtenga el acceso carnal a una mujer mayor de catorce años, empleando al efecto maniobras engañosas o supercherías de cualquier género, o seduciéndola mediante promesa formal de matrimonio, está sujeto a la pena de uno a seis años de prisión.” Las gentes del campo decían que le había pedido ‘las primicias’ a la muchachita.
Como verán, la definición del profesor Martínez Zúñiga se ajustaba perfectamente al tipo penal. Maneras de engañar a la mujer había muchas, pero la que más se conocía era la “promesa formal de matrimonio”, donde el sujeto la convencía de que ‘se lo diera’ a cambio de que él le daría el sí después y con ella se casaría. El sujeto incumplía y la mujer se quedaba con las ganas de casarse. Otra de las modalidades del engaño consistía en hacerse pasar por otra persona. Todas compartían el mismo propósito: defraudar a la ingenua. Incluso se decía que en el matrimonio de los estupradores el padrino era el señor Smith & Wesson.
Una de las maneras engañosas muy fecuentes y que se daba entre brujos o curanderos era que el acné era falta de uso sexual, y por eso a muchas se lo curaban haciendo lo que ellas querían, pero diciendo que no. En otras palabras, todo el tiempo decían que no, pero llegado el momento daban el sí. Conocimos un embaucador que le pidió ‘las primicias’ a más de una, él tenía su consultorio en Bogotá, sobre la calle 23.
Aterrados quedamos cuando escuchamos al doctor Álvaro Uribe Vélez afirmar que unos soldados lo habían engañado en el caso de la masacre de Cajamarca. Según él –con su candor y pureza– fue sujeto pasivo de un estupro y terminó dando condecoraciones, entregando bonificaciones, formalizando ascensos y permisos; es decir, lo dio todo, pero bajo una superchería urdida por “los soldados”. Citan el caso del guerrillero más joven de la historia, un niño de apenas seis meses, a quien las inocentes tropas confundieron con un subversivo y lo mataron a él, a su mamá y a su papá en Cajamarca. Se supo después que la razón verdadera de la masacre fue para ocultar que la tropa había sido autora de un abigeato en la región y que las víctimas habían sido testigos de ello. Un pariente del niño, con lágrimas en los ojos, le narraba a Germán la forma en que había sido muerto su consanguíneo y demás familiares y cómo los soldados engañaron hasta al presidente de la República, quien al día siguiente fue al municipio tolimense a condecorar a los muchachos “héroes de la patria” por su encomiable proeza, que podría resumirse en el asesinato de la joven familia conformada por Albeiro Mendoza (17 años), Yamile Urueña (17 años) y su bebé, Cristian Albeiro, quien no alcanzó a celebrar su primer cumpleaños. El hoy convicto ex-presidente nunca sospechó, al contrario, en los días siguientes a la masacre sostuvo ante los medios que “estaba convencido de la buena fe del Ejército en esta equivocación”. Para Uribe, la muerte de la familia Mendoza Urueña fue una simple equivocación, no un crimen.
Cuando decimos que el reseñado ex-presidente fue engañado nos atenemos a las palabras suyas pronunciadas en entrevista con el padre Francisco de Roux y otros comisionados de la Comisión de la Verdad. En ese gobierno parece que engañaban a todo el mundo, para la muestra el resucitado ex-ministro de Uribe y el candidato más fuerte a sucederlo: el ilustre príncipe de Pensilvania, Óscar Iván Zuluaga. Él alegaba que había sido engañado por el hacker Sepúlveda y tiempo después diría lo mismo de los delegados de Odebrecht con los que se reunió durante la campaña. Zuluaga no vio mala intención en los aportes millonarios de una multinacional que se dedicaba a construir carreteras y que tenía intereses en algunos proyectos en el país, él genuinamente creía que su apoyo se debía a que era el mejor candidato a la presidencia. Tras el descubrimiento de ambos hechos y el escándalo que causaron en la opinión pública, Uribe le reafirmó su apoyo y respaldo.
Tan ingenuos son nuestros gobernantes que siguen creyendo en que los criminales que asesinaron al presidente de Haití desconocían el propósito de su visita, ignorando los testimonios de dos de los implicados en los que reconocen que desde antes de viajar les habían informado que tendrían que secuestrar a Möise.
Según la vicepresidente, estos soldaditos también fueron engañados y el motivo de su visita no era otro que hacer misiones de amor y amistad, las cuales por arte de magia terminaron en un magnicidio. Para el gobierno, los mercenarios iban a entregarle flores a la primera dama en un acto protocolario, pero terminaron entregándoselas en el sepelio de su marido. La ministra y vicepresidente no deja de invocar una cantidad de sandeces, que en su caso no hacen creer ingenuidad, sino que confirman su falta de raciocinio. Ella insiste, contra toda evidencia, que estos colombianos fueron asaltados en su buena fe.
Solo falta que la señora nos diga que un “fantasma” hizo una Vaki para pagarles el tiquete de regreso a los mercenarios y que por favor apoyemos. Una investigación publicada la semana anterior en el país caribeño y retomada por El Tiempo cuenta que en la residencia del presidente Möise había 45 millones de dólares en efectivo y que los exmilitares colombianos “tomaron varios fajos”. Quién sabe de cuántos fajos estaremos hablando. Sería bueno saber a dónde fueron a parar los verdes que se robaron. También es preciso indagar quién o quiénes financiaron la operación, tarea que debería estar adelantando el gobierno colombiano pero que, como de costumbre, están haciendo mejor los periodistas. Hace unos días The New York Times publicó un reportaje que apunta a que el magnicidio podría estar relacionado con el narcotráfico. Algunos de los homicidas medio han cantado, pero falta mucho por conocer y si en realidad está metida la mafia grande, ni con ayuda del “fantasma” conoceremos la realidad de lo ocurrido.
Adenda: el más engañado por estos días, junto con Uribe, es el ex-alcalde Enrique Peñalosa. Pero que no se haga. Por fortuna la orden para detener la tala de los árboles por la Avenida 68 no tenía que darla un fiscal, porque de ser así no tendrían reparo en archivar la petición, como lo hizo en otra época Néstor Humberto por interpuesta persona con la denuncia que contra Peñalosa y más de 20 concejales se había formulado. Este “doctor” de universidad tal vez inexistente está quejándose porque no tumbaron los miles de árboles que se encuentran sembrados en los separadores y costados de la vía, donde construirán la troncal de TransMilenio más cara en la historia del sistema. Dentro del simplismo característico de quien tiene que fingir que es lo que no es, el “doctor de París” dice: que si se quitan esos árboles, pues fácil, se siembran otros. Le vamos a encargar que con esa sabiduría nos ayude a reforestar la selva amazónica y los parques nacionales, cada vez más amenazados por la deforestación. Estamos seguros de que en esta tarea estará gustosa de ayudarle la alcaldesa López, albacea testamentaria de Peñalosa, quien esta semana comenzó a talar los gigantescos árboles de la calle 100.
Adenda dos: parece que los herederos de Uribe también son víctimas de frecuentes engaños y por eso nunca se dieron cuenta que desde territorio colombiano –de esto hace ya algún tiempo– se estaba organizando un grupo de mercenarios que daría golpe de Estado al presidente Maduro, plan que fue frustrado por las autoridades del vecino país. Las malas lenguas aseguran que tenían tan preparado el magnicidio que ya estaba listo su Guaidó.
Aviso limitado: Necesítase persona sin cerebro o con discapacidad mental absoluta para el cargo de Secretario de Movilidad en el Distrito Capital.