EN GRIS
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Este país duele. Ha dolido siempre en mayor o menor proporción según la consciencia social que nos cobije.
Porque ésta -la consciencia- se distrae entre sustantivos y adjetivos que impone una sociedad tan enferma como desorientada.
Se distrae por ejemplo entre chismes de amores o abandonos de gente ajena, plástica, hueca y en general bañada en ambiciones. Pero también se distrae como mecanismo de sobrevivencia porque la realidad es tan dura, tan cruel, que motiva la tristeza y la impotencia. Y el abandono de la consciencia.
E igual, este país nos duele mucho a muchos.
Nos duele, porque a pesar del espasmo de ilusión que otorgó la firma del Acuerdo de Paz en 2016, la muerte sigue de fiesta. Sin pausa. En medio del cinismo gubernamental que anuncia medidas de excepción incumplidos como lo confirman las cifras de líderes y lideresas muertos en todos los rincones del país.
Con un cinismo que desconoce de tajo el llamado de atención de entidades internacionales, como el reiterado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) que la semana pasada pidió una vez más al gobierno un “extenuante esfuerzo”, calificando la situación como un “ciclo vicioso y endémico de violencia e impunidad».
En igual sentido se expresaron Michelle Bachelet y José Manuel Vivanco, también de Naciones Unidas, ella, y de Human Rights Watch, él. Esto sin contar las voces de organismos nacionales que claman por la vida, como la Comisión de la Verdad que encabeza el jesuita Francisco De Roux, o el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, entre muchos más.
Pero la situación es en verdad desgarradora: según la no gubernamental Indepaz, en 2019 fueron 250 los líderes asesinados. En 2020, Indepaz afirma que, al 18 de enero el número de víctimas ascendió a 21. El gobierno dice que son 11, sin aceptar que si esa cifra fuera cierta, aun así, serían demasiados…
Locombia nos duele. Y como si fuera poco, la no gubernamental Transparencia Internacional reveló que estamos a la cabeza de los países más corruptos en todo el globo. La corrupción y la violencia son amigas cercanas. Por eso tantas ocasiones ocupamos primeros lugares por violencia. Por eso la estrategia de ser el país más feliz del mundo fue sólo estrategia. Por eso, en Los Cartones de Garzón que publicó El Espectador este domingo, un 2, del 2020 cambia de lugar para convertirse de nuevo en 2002.
Este país nos duele a muchos, y ojalá cada vez nos duela a más, en busca de un camino hacia la verdad, la justicia, la paz y la equidad.