La mayor dificultad para comprender el programa de Rodolfo Hernández es que no tiene programa. La retórica del ingeniero -insiste en ser llamado ingeniero – caracterizada por lo “numérico argumental”, se encuentra exclusivamente concentrada en el mantra de lucha contra la corrupción, sus precarios diagnósticos se reducen a una serie de afirmaciones espectaculares de corte “el presidente se gasta cuatro mil millones al día” o “en la casa presidencial de Cartagena se gastan 200 millones en mercado”, afirmaciones contundentes que seguro conectan con una ciudadanía indignada, pero que no pasan de ser un conjunto acéfalo de consignas; al parecer, el ingeniero no tiene una propuesta programática más allá de la indignación contra el gasto público, el privilegio y la politiquería.
No tengo claro sí su tono coloquial y desparpajado encierra un profundo desconocimiento sobre las cuestiones básicas del Estado -en alguien que aspira a la Presidencia- o solo es una estrategia de persuasión; por ejemplo, recientemente planteó en una entrevista en la W la necesidad de legalizar el consumo de la cocaína comprendiendo que es un problema de salud pública, pero cuando se le consultó sobre los impactos internacionales de la medida, la injerencia de la comunidad internacional o el papel de la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito, se evidenció un total desconocimiento. Sobre una eventual negociación de paz con el ELN propuso firmar un “otro sí” al Acuerdo de La Habana, desestimando la naturaleza de esa organización y sus posiciones en un posible proceso de paz (algunas distantes del Acuerdo de La Habana).
Además, parece que el ingeniero no tiene clara una cuestión elemental para un gobierno Nacional: la gobernabilidad en el Congreso; por lo general, habla de su experiencia como alcalde de Bucaramanga y la forma como sacó a la “ladronería del Concejo”; sin embargo, un Concejo- que en la estructura del Estado forma parte de la rama Ejecutiva- no tiene punto de comparación con las dinámicas orgánicas delCongreso, ya que el Congreso es una rama autónoma del poder público, donde configurar mayorías resulta complejo y donde el filibusterismo puede estancar la agenda legislativa del gobierno. Es claro que un candidato sin lista al Senado, solo con una lista a Cámara y poco comprensivo de la naturaleza condicional del Congreso, no tiene una estrategia de gobernabilidad.
Para Hernández, las “mañaneras” al estilo Andrés ManuelLópez Obrador serán el escenario ideal para garantizar el apoyo de los congresistas en comisiones y plenarias; eso sí,sin cupos indicativos (mermelada), ministerios como correas de transmisión con los partidos o puestos, solo con la presión ante la opinión pública. Esa idea resulta siendo tan inédita como caricaturesca (López Obrador no la utiliza porque tiene mayorías en el Congreso), pero sigue sin dimensionar las condiciones de una corporación que estará compuesta por 296 congresistas (sumando los 16 representantes de las curules de paz), con agendas, intenciones y programas bastante diversos. Hernández peca de ingenuidad en la forma como pretende domar al Congreso.
A lo que se agrega la falta de claridad en cuestiones neurálgicas para el próximo gobierno: la reforma pensional (una bomba que se devora gran parte del presupuesto general de la Nación); la reforma a la salud o la tributaria, sobre esos temas no le he escuchado propuestas concretas o diagnósticos detallados, más allá de afirmar que le quitará la chequera a los corruptos y el país tendrá la liquidez que se pierde en la corrupción, es evidente que es un candidato elemental y bastante primario, con un discurso diseñado para conectar con audiencias que no se preocupan en pensar soluciones complejas, sino recetas sencillas al calor de la indignación.
Finalmente, me inquieto un poco que en su reciente entrevista en Los Danieles, abogara por la democracia plebiscitaria en temas de alto impacto social como el aborto, el matrimonio igualitario (algo que ya forma parte del ordenamiento jurídico y que no entiendo porque lo siguen poniendo en la palestra pública), la adopción por parejas del mismo sexo y hasta el racismo, aclarando que como Rodolfo Hernández está a favor de la despenalización del aborto, la adopción por parejas del mismo sexo y el matrimonio igualitario, pero sin precisar sí como presidente seguiría conservando las mismas posiciones.
Con Hernández asistimos a la elevación de un demagogo de grandes proporciones, sin un encuadre preciso en el espectro ideológico -aunque parece ser más cercano a la derecha-, un excelente comunicador que resiente de su naturaleza como político para exaltar su condición de ingeniero, ya que no es lo mismo votar por un político que por un ingeniero, así tenga pobres diagnósticos y claramente padezca de ignorancia supina.
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