Los legisladores salen de paseo al rio. Llevan sus chanclas, la olla para cocinar en la ribera, los vestidos de baño, viejos como sus mañas, bloqueador solar, pero olvidaron el repelente para insectos.
Tras arduas jornadas en sus oficinas y curules, un tiempo de ocio era apenas justo.
Ensucian la corriente con lo que sale de sus conciencias al sumergirse.
Comen, sacian su apetito y siguen devorando el contenido de la olla.
Lo importante es llenar sus estómagos, aunque el hambre ya no exista.
A la hora del crepúsculo el descuido del repelente les pasa factura y deben partir.
Dejan, en su escape, un camposanto de jejenes, zancudos y otros bichos que murieron envenenados por beber tan mala sangre.