Difícilmente haya en el mundo un país que represente en forma más viva que la noción de lo exótico, al menos para la mirada occidental. Su ubicación alejada del mar, en lo profundo del Asia Central, la intrincada geografía montañosa y la cerrera voluntad de su pueblo de defender a toda costa su autonomía, la proverbial resistencia que han presentado a todos los imperios que han querido conquistarlos, el ancestral tribalismo y el estado constante de guerra en que se ha mantenido los últimos decenios, le confieren un indudable y misterioso atractivo.
Su singularidad no es sólo geográfica sino también histórica porque parece haberse estancado en el pasado, al grado que en algún momento de su presidencia en la década del 70, Richard Nixon propuso dejarlo intacto, como “museo de la edad media”.
Desde el 15 de agosto de 2021 cuando los talibán tomaron el poder y los últimos soldados de Estados Unidos abandonaron precipitadamente el país, poco se ha vuelto a saber de él. De hecho ya casi no es noticia y los acontecimientos de ese año parecen ahora lejanos. Apenas algunos recuerdan la escena bochornosa del presidente Arsaf Gani, último títere de los invasores, huyendo afanosamente
forrado en dólares, tantos que tuvo que dejar algunos millones por problemas de espacio en el helicóptero que lo conducía a un exilio dorado.
Ahora revive en las noticias a raíz de la publicación de las memorias del Príncipe Harry de Inglaterra. En su libro (Repuesto), traducido al español con el título de En las sombras, como piloto de helicópteros de la Fuerza Aérea Británica que hacía parte de las tropas de la Otán que invadieron el país en 2001, se jacta de haber dado muerte a 25 personas, supuestamente integrantes del grupo talibán y que sentía que eran como fichas de ajedrez a las que quitaba del tablero. Tal cinismo y arrogancia es apenas una pálida muestra de la manera imperialista y deshumanizada como las potencias occidentales tratan a la nación afgana, atrapada en sus juegos geopolíticos y los deseos de predominio mundial. Habría primero que ver si realmente las víctimas eran combatientes o no pues es ampliamente conocido que tanto los militares estadounidenses como otros de los invasores, especialmente el contingente australiano, asesinaron gran cantidad de civiles totalmente ajenos al conflicto. Incluso, ya concluida la guerra, cuando un movimiento conocido como Isis K atentó contra los últimos soldados gringos que permanecían en el aeropuerto de Kabul, matando a varios de ellos, el gobierno de Biden anunció que había eliminado al autor del atentado y a sus cómplices. Luego se reveló que se trataba de un afgano inocente que trabajaba para una agencia de cooperación occidental que trataba de trasladarse con su familia a un lugar más
seguro. Por lo visto los mal llamados falsos positivos no se dieron solamente en Colombia.