Lo que podría haber sido una buena noticia en medio de la carnicería que ha traído la guerra en Ucrania solamente representó un alivio muy parcial de la durísima situación que se vive en la zona del conflicto. A raíz de la navidad ortodoxa, que se celebra el 7 de enero porque para esa religión sigue rigiendo el calendario juliano, retrasado quince días respecto al gregoriano, el patriarca Kiril (conocido en los países hispanoparlantes como Cirilo) de la Iglesia rusa pidió al presidente Putin que declarara una tregua en las operaciones militares en toda la línea del frente que se extiende por cerca de mil kilómetros durante 36 horas los días 6 y 7 de ese mes. La medida estaba dirigida a que los fieles en el área de las hostilidades pudieran asistir a las celebraciones con algo de tranquilidad. El jefe del Kremlin aceptó, decretó el cese unilateral y pidió a su homólogo ucraniano que hiciera lo propio ya que la mayoría de los ucranianos pertenece a la misma confesión.
Lamentablemente Zelensky se negó y consideró que la decisión de su archirrival era un gesto de propaganda que en realidad ocultaba el deseo oculto de aprovechar esa pausa para fortalecer sus tropas y seguir atacando con bríos renovados. En vista de que su rechazo tajante no tenía mucha presentación matizó luego pero poniendo una condición imposible de cumplir en el momento y era la de la retirada total de las fuerzas rusas.
Aun cuando la tregua no se cumplió totalmente porque como es frecuente en todas las guerras, ambas partes se acusan una a la otra de violarla, sí hubo cierta disminución en la confrontación y los fieles pudieron acudir a la misa de navidad ortodoxa tanto en el Donbass como en Ucrania propiamente dicha. Desde luego la suspensión de combates durante apenas día y medio no era gran cosa frente a la dimensión que ha adquirido la guerra. De hecho las hostilidades han aumentado en forma considerable y se ha incrementado dramáticamente el número de bajas de los contendientes. Sin embargo, de todos modos se salvaron algunas vidas y se permitió cierto respiro en medio de la durísima situación. Eso no es nada despreciable, pero de haber sido bilateral hubiera significado la apertura de una pequeña puerta para un diálogo en busca de la paz que se hace cada vez más perentorio. De no hallarse una salida negociada, la destrucción será enorme y se puede acercar a la casi desaparición de Ucrania como país independiente. De hecho en este momento depende del suministro de armas por las potencias occidentales para poder mantener su capacidad combativa. La economía no anda mejor y la factura por el costo del conflicto es casi impagable. Por supuesto, la mayor pérdida es en materia de población, comenzando por la gran cifra de muertos y heridos como en la gran cantidad de refugiados, que se cuenta por millones, de ciudadanos que han abandonado el país, que se estiman en unos ocho millones hacia otros países de Europa y otros tres millones que huyeron a Rusia.
Todavía es tiempo de retomar el espíritu del armisticio y de buscar un cese el fuego que permita el acercamiento en busca de una solución. Si se dialogó al comienzo de los ataques y meses después hubo conversaciones mediadas por Turquía, ¿por qué no escuchar el mensaje del Príncipe de la Paz y tenderse mutuamente la mano dos pueblos hermanos que en su mayoría comparten la misma fe cristiana?