Se aproxima el año nuevo,en otras latitudes lo llaman la noche vieja.
Al llegar la media noche del 31 de diciembre, el repique de las doce campanadas nos hace erizar la piel, se anuncia un año que se va,un año más desterrado del calendario, lleva consigo: alegrías, nostalgias,buenas intenciones, metas superadas otras inconclusas, defunciones de parientes y amigos, nuevos nacimientos, y un largo listado de cosas terrenales que solo la historia será testigo de sus pasos por esta tierra impredecible.
Para recibir el nuevo año, nos preparamos con vestidos de galas, juegos artificiales, música carnavalesca, comilona, visitas y licor, aquel que nos hace olvidar o recordar las huellas dejadas, ya sean de éxitos conquistados o fracasos vividos.
También surgen las supersticiones:El uso de la ropa íntima amarilla, la vuelta a la manzana del barrio con la maleta de viaje, la ingesta de las 12 uvas, la mata de sábila detrás de la puerta, baños de yerbas, el dólar en la billetera, y muchos más amuletos que invocan para tener suerte.
Con estos fetiches pretenden emancipar aquellos sueños que la realidad no les brindó, a quienes les atribuyen un mágico poder que todo lo podrá solucionar para el año venidero, tras esos mismos deseos fallidos así llevan décadas a que se hagan realidad, es una inspiración sobrenatural que muchos cultivan por tradición o por oscurantismo.
Lo que debemos, es alejar de nuestras mentes y corazones: la intolerancia,la envidia, la avaricia, el odio, el rencor, la venganza, la injusticia, el dolor, la ira, y todos estos flagelos que nos azotan cotidianamente, en su lugar, permitir que fluya la paz,la armonía, la hermandad y todo aquello que nutra a nuestro ser de espiritualidad, sinceridad y amor, que es más útil y de posible realización para el presente año y los venideros.