Todos hemos perdido con el covid, la pandemia nos arrebató la libertad y no vislumbramos una salida cercana, seguiremos perdiendo hasta que podamos abrazar la tranquilidad.
Cuando empezó el confinamiento imaginábamos una temporada de un mes, tal vez tres, teníamos de referente el escenario Europeo, nadie sospechó que a Diciembre seguiríamos con un gran riesgo de contagio y que tuviéramos que decidir si vernos con las personas que amamos confiando en el cuidado individual estricto o prolongar las medidas y celebrar las fiestas de fin de año de forma diferente.
En una crisis tan prolongada y novedosa, con tantas restricciones; hay quienes nunca han creído en el virus, quienes creen que es inofensivo o que su dios los protegerá, los que no creen pero toman medidas, por sí acaso; los que queriendo cuidarse y confinarse no pudieron porque su situación económica y laboral no se lo permitió, y los que llevamos 9 meses en un encierro que parece de nunca acabar, con una angustia diferente cada quince días.
Y si, aveces dan ganas de no pensar en el covid y volvernos a reunir, volver a festejar. La virtualidad, si bien ayuda, no es suficiente. Nada remplaza un abrazo, un gesto y esa comunicación que no está en los textos y en las palabras.
Llegó Diciembre con su alegría y lo prudente es seguir cuidándonos, seguir aislados, por conservar la vida, por regresar -ojalá pronto- a la normalidad, sin sacrificar a nadie, sin vivir más duelos; para que las ausencias sean temporales y no definitivas.
El reto está en resistir, en mantener el control, en fortalecernos en familia y a distancia; por ahora no hay otra forma de luchar contra el virus.