“No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder” Mario Vargas LLosa
Mamá Angélica estaba sentada en un banco de madera, vestían sus ojos una infinita tristeza, debajo de un sombrero alto blanco con una gran cinta negra que lo envolvía, que contrastaban con un poncho rojizo, de rayas negras y anaranjadas, sobre un blusa blanca. El sufrimiento había marcado su rostro trigueño. Me acompaña un traductor, Pedro, nacido en en San Juan Bautista, en la provincia de Huamanga. Mamá Angélica, luego de que me presentara como defensor de derechos humanos, me invitó a sentarme en una banca igual y empezó a hablar en su lengua, el quechua, con una inmensa e ininterrumpida emoción. Pedro quiso detener a Mamá Angélica para poder traducirme con rigor, pero le pedí que la escucháramos en silencio y respetáramos su palabra. Mamá Angélica habló largo, le escuché concentrándome en la emoción de su discurso, una que otra palabra en español amanecer, hospital, desaparecidos, niños, no tomaba aire para respirar, seguía declamando su corazón, corrían lágrimas tristes por sus mejillas tristes.
Al terminar se quedó mirándome como preguntándose si no había perdido su tiempo, pero al ver mis ojos anegados en llanto, se levantó y vino hacia mi, comprendí su gesto y la abracé en la mitad de la habitación. Mamá Angélica, narró la desaparición de su hijo Arquímedes Ascarza Mendoza, secuestrado en su casa, una madrugada del 12 de julio de 1983 por miembros del Ejército peruano, quienes lo llevaron al cuartel «Los Cabitos», según le indicó uno de los militares que allí le tomarían una declaración y que podría visitarlo al día siguiente. Cuando fue a buscarlo negaron que lo tuviesen detenido. Siguió insistiendo día a día llegando al cuartel y preguntando por su hijo a todo el que entrara o saliera. Finalmente un suboficial le dio una nota de su hijo en la que este le pedía que le consiguiera un abogado para que lo pusieran a disposición de un juez. No alcanzaron a concretar su defensa, luego le informaron que lo habían sacado en un helicóptero y no volvió a ver al ser de sus entrañas.
Mamá Angélica pensó que agonizaría de dolor, acudió a los curas, acudió a Monseñor Juan Luis Cipriani, de la congregación del Opus Dei, la máxima autoridad eclesial en la llamada “Ciudad de las Iglesias” con más de 30 templos virreinales, pero una a una le fueron cerrando todas la puertas. Los representantes de Dios y del Vaticano, le daban la espalda a las víctimas, a las miles de víctimas que esperaban con fe un compromiso de la Iglesia para ayudarles a buscar a sus seres queridos. Las otras madres que estaban con Mamá Angélica, también me dieron su testimonio sobre la misma suerte que habían padecidos sus hijos, arrestados en sus casas sus familiares jamás los volverían a encontrar. Para mostrarme la indolencia de la iglesia sobre el dolor de las víctimas me llevó Teodosia a la arquidiócesis de Ayacucho que regentaba el Arzobispo Cipriani, para que viera en la puerta de la entrada un cartel infame “No se admiten quejas de derechos humanos”.
Intenté hablar con el Arzobispo pero fue en vano. Era julio de 1996 llegué al Perú procedente de Europa con un pasaporte de refugiado que no me permitía entrar a mi propio país, con el apoyo de mis amigos de la Asociación Peruana de Derechos Humanos, conocí acerca de las atrocidades que se cometían en todo el Perú durante la dictadura de Alberto Fujimori y la impunidad absoluta que se extendía sobre todos los crímenes de Estado. Me invitaron a visitar una de las regiones más golpeadas por la violencia, el departamento de Ayacucho. Pedro me llevó a conocer la bella ciudad extendida sobre una altiplanicie andina de casi 2700 mts sobre el nivel del mar, con un clima seco y templado. Recorrimos la ciudad acompañados por el sol. Me presentó la gran estatua erigida en el centro de la Plaza de Armas al Mariscal Antonio José de Sucre , rodeada de fuentes. Me explicó que la ciudad se llamaba originalmente Huamanga, como la provincia, fue cambiado su nombre por el de Ayacucho mediante decreto del Libertador Simón Bolívar del 15 de febrero de 1830, como homenaje a la victoria del ejército patriota en la Batalla de Ayacucho, que selló la derrota del imperio español en las Américas. Me explicó que el vocablo Ayacucho deriva del quechua «aya» (muerto) y «k’uchu» (morada-rincón). En consecuencia, la palabra Ayacucho etimológicamente significa «Rincón de los muertos». Triste nombre para una ciudad tan bella, pero en la coyuntura de esos años reflejaba la dureza de la represión.
La Plaza de Armas, es la más grande del Perú, las casas blancas que rodean la plaza suman más de cien arcos de piedra y techos de barro rojo, allí están el Ayuntamiento, la Catedral, la Prefectura, la Corte Superior y las instalaciones de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Mientras caminábamos de bajo de los arcos, pensaba cuál distinto hubiese podido ser el destino de América si Sucre no hubiese sido cobardemente asesinado en la montaña de Berruecos, en junio de 1930. Pedro me sacó de mis cavilaciones para introducirme en el campus de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, hermosa universidad, me contó que allí había ejercido como catedrático de filosofía en los años 60s, Abimael Guzmán Campos, alias Comandante Gonzalo, fundador del Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso-, quien aprendió el quechua para más fácil reclutar para sus fines insurreccionales a pobladores de la región.
El Presidente Gonzalo se sentía el sucesor de Mao, convenció a muchos que por las condiciones de miseria de la población la revolución triunfaría, no solamente en el Perú sino en el mundo entero. Lo insólito es que Sendero Luminoso no inició su acción de rebeldía armada contra el Estado en tiempos de la dictadura, sino justo cuando el Perú estaba saliendo de la misma en elecciones presidenciales en 1980, las últimas habían tenido lugar en 1963. De igual manera surgió el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru -MRTA- fundado en 1982, por Víctor Polay Campos, iniciando su guerra en 1984. En el Perú a ambas organizaciones se les consideró, no solamente por las Fuerzas Armadas, sino por amplios sectores de la sociedad civil como terroristas. Lo paradójico es que los máximos dirigentes de dichas organizaciones terminaron apresados por labores de inteligencia de la policía y condenados, mientras se desataban acciones militares de barbarie contra la población civil donde dichos grupos operaban.
Me contó Pedro que Sendero Luminoso atacó e incendió unas urnas electorales en el poblado de Chuschi en las elecciones generales el 17 de mayo de 1980. En las elecciones ganó Fernando Beláunde Terry. En diciembre de 1982, Sendero Luminoso anunció la creación del Ejército Guerrillero Popular. Las acciones militares contra policías y autoridades civiles llevaron a la reacción del Gobierno que declaró el estado de emergencia y envió el Ejército. Pronto el terror se tomó campos y ciudades, los masacrados, ejecutados, desparecidos se empezarían a contar por miles. Mamá Angélica, Angélica Mendoza de Ascarza, en la búsqueda de su hijo desaparecido encontró otras mujeres que habían padecido también la desaparición de sus hijos o esposos, a Teodosia Cuya Layme le desaparecieron dos de sus hijos, a Adelina Mendoza y a Lidia Flórez les desaparecieron a sus esposos, ellas junto con Antonia Zaga crearon, la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú -ANFASEP-. Las madres y esposas fueron muriendo en la búsqueda infructuosa de los suyos. Mamá Angélica resistió hasta conseguir justicia, murió en 2017 a sus 88 años de edad, 10 días después de haber asistido a la audiencia en la que se condenó a los militares responsables de la desaparición de su hijo.
Al regresar a Lima, Pancho Soberón, uno de los más reconocidos defensores de derechos humanos en el mundo, fundador de la Asociación Peruana Pro Derechos Humanos -APRODEH- me contactó con otro ser humano sin parangón el General Rodolfo Robles Espinoza. Visité al General Robles en un apartamento en un segundo piso, en el Distrito de Lince en Lima sobre la Avenida Hipólito Unanue. Tenía una imagen de la virgen de Chiquinquirá y una botella que preservaba sin bebérsela de un Ron Viejo de Caldas, me contó que había sido agregado militar en la embajada de Perú en Colombia y se había enamorado de mi país. Me sorprendió que el General viviera en un apartamento modesto, lo que daba confianza de que estaba interlocutando con un hombre honesto. Alcanzó a ser el tercer hombre en la jerarquía del Ejército peruano.
Me contó que en abril de 1993 recibió información de que al interior del Ejército se había creado un grupo de exterminio denominado Colina, promovido por altos oficiales, que era responsable de las masacres en Lima de Barrios Altos2 y la Cantuta3, entre otros crímenes. El General Robles preocupado por el daño que se le hacía al Ejército, a la sociedad y al país, decidió informar del caso al presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, general de brigada José Picón Alcalde, con el que tenía confianza porque era su compadre y su amigo. Pero su compadre y su amigo no le fue leal, ni a él, ni a la institución, ni al Estado peruano. Le dio a conocer al Comandante Conjunto de las Fuerzas Armadas del Perú, Nicolás de Bari Hermoza Ríos, las denuncias del General Robles, desatándose una innoble y criminal persecución en su contra y contra su familia. Comprendió entonces el General Robles que no se trataba sólo de unas manzanas podridas, sino que la institución en sus máximas instancias estaba podrida.
A fines de abril de 1993, el General Rodolfo Robles fue relevado de la jefatura del Comando de Instrucción y Doctrina del Ejército y destacado como representante del Perú ante la Junta Interamericana de Defensa (JID) con sede en Washington. Al mismo tiempo su hijo mayor, el Capitán José Robles fue comisionado a Zona de Emergencia en Ayacucho. En tanto que al menor, teniente Rodolfo Robles, le preparaban un montaje para hacerlo pasar de colusión con el narcotráfico, según le informó un oficial amigo, quien incluso le advirtió que sus hijos podrían ser asesinados. El General Robles buscó el 5 de mayo del 93 refugio en la embajada de Estados Unidos, fue declarado traidor por sus camaradas generales, separado del del Ejército, ultrajado en panfletos donde se le asimilaba a los terroristas, se le trató de “mercenario barato y cobarde” privado de sus derechos sociales.
Y como si fuera poco la cúpula castrense dio la orden de desaforar del Hospital Militar a su señora madre, doña Estefanía Espinoza, de 83 años. El General Robles redactó un manuscrito de ocho páginas, de su puño y letra que fue leído por su esposa Nelly Montoya en una improvisada sala de prensa en el Grand Hotel Miraflores, a las 2.30 de la tarde del jueves 6 de mayo de 1993, detallando los nombres de los oficiales involucrados y del hombre fuerte de la inteligencia del régimen Vladimiro Montesinos4. El día anterior Hermoza Ríos y Montesinos habían sacado las tanquetas del Ejército a las calles de Lima para hacer creer que el general Robles promovía un golpe de Estado, y de ese modo justificar su arresto. Me contó el General Robles que el gobierno de los Estados Unidos sin esperar mucho, al día siguiente de la denuncia pública los sacó a él y a sus dos hijos también militares hacia la Argentina, donde pidieron asilo político, allí para sobrevivir terminaron manejando taxis en la ciudad de Buenos Aires.
El mismo 7 de mayo de 1993, el Fiscal de la Sala de Guerra del Consejo Supremo de Justicia Militar interpuso denuncia penal contra el General Rodolfo Robles Espinoza por al menos cinco delitos que le darían para una condena de quince años de prisión e iniciaron procesos también contra sus hijos, el Capitán José Robles Montoya y el Teniente Rodolfo Robles Montoya, por los delitos de “Desobediencia y Abandono de Destino”, ordenando la búsqueda, ubicación y captura de los detenidos. Se les declaró reos ausentes y se embargaron los bienes patrimoniales del General, así como sus ahorros y pensión de retiro para que pagara por “reparación civil” US$ 4.500.000. Buscando la protección internacional a sus derechos, el 2 de mayo de 1994, el General Robles presentó una petición contra el Estado Peruano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos6.
El 5 de septiembre de 1995, el Estado informó públicamente que el General Rodolfo Robles Espinoza, podía regresar al país, por haberse decretado el sobreseimiento del proceso penal en su contra, en aplicación de la Ley Nº 26.479 de Amnistía. No lo dudó dos veces, regresó a Lima en esa misma semana para defender sus derechos y enfrentarse a la impunidad. Me despedí del General manifestándole que apoyaría su causa, que hablaría de él, de su lucha, de sus hijos en todos los foros internacionales en las Naciones Unidas, en la Unión Europea. Le deseé la mejor de las suertes, antes de dejarme partir, me pidió que lo acompañara en un brindis por la democracia y los derechos humanos en nuestros países, abrió su botella de Ron Viejo de Caldas, un añejo de 12 años y brindamos.
Cuatro meses después de mi partida me enteré que el general Robles fue secuestrado por hombres de la inteligencia militar, mientras lo golpeaban e introducían a la fuerza en un carro, gritó su nombre y pidió auxilio, para callarlo le aplicaron un gas paralizante, estaba al frente de su apartamento y su esposa fue advertida por los vecinos, quien contactó a la prensa, a Pancho Soberón y otros defensores derechos humanos, la reacción inmediata conllevó a que aceptaran que lo habían llevado al Cuartel Militar “Real Felipe” pretendieron levantarle nuevos cargos, pero tuvieron que dejarlo en libertad.
Mis amigos de la APRODEH, Gloria Cano y el propio Pancho Soberón, me hicieron muy grata mi estadía en Lima, en la ciudad donde nunca llueve, de despedida me invitaron a cenar en un restaurante donde por vez primera probé las delicias de combinar las papas a la huancaina, la comida andina, con los mejores fritos de mar. Más tarde Gloria se convertiría en una de las abogadas más célebres del mundo al llevar las causas en representación de las víctimas contra Montesinos, Hermoza Ríos, demás militares involucrados y contra el propio Alberto Fujimori Fujmori.
Fueron condenados las manzanas podridas del Ejército, pero también los hacedores de las manzanas podridas que habían acumulado todo el poder posible. Fujimori reformó el Estado a su acomodo para hacerse reelegir, cerró el Congreso, compró jueces y periodistas, dictó leyes de autoamnistía. Con su segunda reelección fraudulenta y la caída del hombre gris del régimen, Vladimiro Montesinos, huyó del país buscando sus orígenes en el Japón. Creyendo que podría volver por el apoyo popular de masas ignorantes se estableció en Chile, donde fue detenido y finalmente extraditado para finalmente ser condenado7 junto con sus generales a largos de prisión que purgan a lado de las celdas de los comandantes de Sendero Luminoso y del MRTA.
Salí del Perú en viaje para Guatemala, se me arrugó el corazón mientras sobrevolaba Colombia, allí abajo seguía la guerra, la muerte y el desplazamiento de cientos de miles de inocentes, mis amigos y colegas del Colectivo de Abogados y demás defensores de derechos humanos seguían la dura brega de documentar, denunciar y luchar contra la impunidad por los crímenes de lesa humanidad y de guerra. Mi colega y amigo Josué Giraldo Cardona, con el que había llegado a Europa, en febrero de 1995, para dejar en evidencia los crímenes cometidos por el alto mando militar de la época y sus relaciones con el paramilitarismo, fue asesinado dos meses después en el antejardín de su casa en Villavicencio frente a sus dos pequeñas hijas, un domingo soleado, el 13 de octubre de 1996. Llegué a ciudad de Guatemala donde fui recibido por otro ser humano extraordinario, el obispo Juan Gerardi Conedera, lo respetaba y admiraba por ser el único obispo que había conocido que denunciaba en las Naciones Unidas violaciones a los derechos humanos.
Antes que hablarme de Guatemala, quiso que le contara sobre la situación de Colombia y el por qué me había visto obligado a exiliarme. Me habló de su propio exilio en 1980, fue llamado a la Ciudad del Vaticano para asistir a un sínodo de obispos. A su regreso se le prohibió el ingreso al país, por lo que viajó a San Salvador, donde no fue bien recibido, finalmente llegó a Costa Rica, desde donde, refugiado, siguió siendo el presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala. Monseñor Gerardi estaba desarrollando un proyecto el de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), para recuperar la memoria de las víctimas y contar la verdad sobre las atrocidades cometidas por la dictadura militar. Mientras lo escuchaba pensaba en el contraste con su par en Ayacucho, el arzobispo Juan Luis Cipriani quien repudió escuchar a las víctimas de las graves violaciones de derechos humanos8.
Qué contrastes entre los representantes de la iglesia de Cristo en la tierra, unos con los humildes cumpliendo el legado de Jesús, otros con los poderosos encubriendo sus crímenes contra el pueblo. Me hizo llegar Monseñor Gerardi al Quiché -«Quix Ché» que significa «árboles con espinas»- a su capital Santa Cruz, desde donde operaba el Ejército de Guatemala, en políticas de tierra arrasada hacia el norte del departamento so pretexto de combatir al Ejército Guerrillero de los Pobres, sometieron a genocidio a las comunidades indígenas. La iglesia en la ciudad estaba en proceso de documentar las numerosas masacres allí cometidas. La mayoría de los testimonios eran ofrecidos por mujeres indígenas mayas, que hablaban el q´uiché.
Mujeres pequeñas, encogidas por la tristeza, vistiendo para la ocasión sus mejores trajes multicolores tejidos a mano. Unos de los sacerdotes de origen indígena, Francisco, me sirvió gentilmente de intérprete. Los relatos del horror eran similares unos tras otros, la llegada de los militares a sus aldeas, la quema de sus viviendas, la matanza de comunidades completas incluyendo niños, ancianos, mujeres y la destrucción de sus cultivos, como el robo de sus animales. Desplazados a la selva los sobrevivientes también eran perseguidos, bombardeados, el objetivo era el exterminio. A muchas de estas mujeres las lágrimas se les habían secado en el sufrimiento de años, pero cargaban su tristeza a cuestas y la desolación se leía en sus miradas.
Fuimos al día siguiente hasta Nebaj (lugar donde nace el agua en Ixil) acompañado de otros religiosos, que habían convocado en una aldea a sobrevivientes de las masacres del Triángulo Norte, luego de un recorrido entre las tupidas montañas de más de dos horas en carro llegamos a la cita con las víctimas en una aldea en una casa de madera a la orilla de la carretera que daba contra un barranco, aquí escuchamos el testimonio en Ixil de algunos indígenas desdentados, enjutos, de cabellos negros y ajados también por el dolor y el paso de las años que habían sobrevivido a las masacres, hablaban con tanto miedo que les parecía que en cualquier momento los volverían a masacrar.
Les alentaba mi intérprete, María Isabel, una joven que frisaba los 25 años y había tenido la suerte de hacer sus estudios de secundaria y de derecho en la capital. Regresé a Ciudad de Guatemala compungido por toda la barbarie que habían tenido que soportar aquellos pueblos indígenas, víctimas de genocidio y otros crímenes de lesa humanidad, la mayoría perpetrados durante la dictadura militar del General Ríos Mont, quien según me contó monseñor Gerardi había desarrollado el programa Fusiles y Frijoles: «Si están con nosotros, los vamos a alimentar; si no lo están, los vamos a matar”. En ciudad de Guatemala me encontré con una mujer excepcional Helen Mack, había creado la fundación Mirna Mack, en homenaje a su hermana antropóloga y defensora de derechos humanos, que había dado a conocer como comunidades indígenas enteras sobrevivían en la selva como pueblos nómadas huyendo de los bombardeos y la persecución del Ejército, Mirna fue asesinada a puñaladas por hombres de inteligencia militar.
Me comentó Helen que aunque estaba negociándose y por pactarse un acuerdo de paz entre las guerrillas integradas en la URNG9 y el Estado de Guatemala, luego de 36 años de conflicto armado interno, llevaría muchos años consolidar una cultura respetuosa de los derechos humanos en el seno del propio Estado y quería trabajar en ello. Le comenté de mi viaje reciente al Perú y de la valerosa historia del General Rodolfo Robles Espinoza, se interesó en él y dos años más tarde lo contrató para que trabajara con su fundación. Luego me despedí de Monseñor Gerardi, un hombre afable de infinita bondad. Lejos estaba de imaginarme que al terminar el informe REMHI, “Guatemala Nunca Más”10, que reportó 50 mil desaparecidos, un millón de refugiados, 200 mil niños y niñas huérfanos y 40 mil viudas, para un total de un millón 440 mil víctimas directas; el obispo de los derechos humanos sería brutalmente asesinado a golpes de adoquín en su casa, el 26 de abril de 1998, dos días después de la presentación del informe.
El asesinato de Mirna Mack y el de Monseñor Gerardi, tienen en común que por las circunstancias y modus operandi de sus muertes, se pretendía que nunca se supieran que habían sido crímenes de Estado perpetrados por la inteligencia militar, se sugirió que habrían sido víctimas de crímenes pasionales. Myrna fue asesinada de 27 puñaladas al salir de su oficina tarde en la noche del 11 de septiembre de 1990. Helen logró que se condenara a la manzana podrida, Noel de Jesús Beteta Álvarez, Sargento Mayor del Ejército, como autor material del asesinato, con confirmación en 1994 en casación por la Corte Suprema de Justicia de su condena a 25 años de prisión.
Faltaba hacer procesar a los determinadores. En ella seguiría trabajando Helen hasta hacer condenar al coronel Juan Valencia Osorio a 30 años de prisión como autor intelectual del asesinato, Valencia Osorio, ex Jefe de seguridad del Estado Mayor Presidencial, uno de los hacedores de la manzanas podridas fue condenado. Por el asesinato de Monseñor Gerardi fueron condenados tres militares, el coronel Byron Lima Estrada, a 78 años de prisión, su hijo, el capitán Byron Lima Oliva a 42 años y el sargento Obdulio Villanueva, como autor material “la manzana podrida”, quien murió decapitado en prisión durante un motín protagonizado por violentas pandillas juveniles, conocidas como ‘maras’.
Inicié este escrito citando al premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, quien a lo largo de sus novelas entre la ficción y la realidad, como en sus columnas semanales en El País, ha desnudado los regímenes autoritarios que en novelas como la Fiesta del Chivo, con su inigualable talento describe las lujurias y abusos del poder del dictador Rafael Trujillo que ordenó matar a golpes a las hermanas Mirabal que resistían al régimen autoritario, hasta el asesinato del sátrapa el 30 de mayo de 1961. O en Tiempos Recios donde describe el fin del Gobierno de la Primavera Democrática de Jacobo Arbenz ante el golpe de Estado perpetrado por el coronel Carlos Castillo Armas, auspiciado por Estados Unidos a través de la CIA y la oligarquía de Guatemala, que hecha la tarea ordenaron y lograron el asesinato de su protegido golpista, en la casa presidencial en julio de 1957.
Cuando recibió el premio nobel Vargas Llosa reflexionó con frases que siguen estando vigentes “Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido… Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización”. A los hacedores de manzanas podridas, que creen que pueden gobernar por encima de la Constitución, de la ley, y de las obligaciones internacionales del Estado en Derechos Humanos, les recuerdo que el poder es efímero y más temprano que tarde, terminarán rindiendo cuentas antes sus pueblos o ante la comunidad internacional. Las manzanas podridas caen y las dictaduras también.
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