La ordalía de viajar en avión

La ordalía de viajar en avión

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Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas

Editor: Francisco Cristancho R.

Desde que Ícaro se elevó con sus alas de cera para intentar alcanzar el sol, el ser humano ha ansiado y visto como un éxito surcar los cielos. Es tan evidente el deseo de volar que algunos individuos le dieron al Espíritu Santo la capacidad de elevar sus alas. Hasta hace unos años viajar en aeronave era un placer, hoy se asemeja más a una tortura: antes se percibía un interés de la tripulación por hacer sentir a gusto al pasajero, ahora parece que les estorban; antes cuidaban a su clientela y especialmente a quienes llevaban años viajando en su línea, ahora poco o nada les importa, sean nuevos o viejos conocidos; antes recibían a los pasajeros con una bebida, ahora hay que pagar hasta por el agua –situación que debería ocupar la atención de la Superintendencia de Industria y Comercio, dada la absoluta concentración de la oferta y los precios exorbitantes– y próximamente habrá que hacerlo por usar el baño.

Antes con recibir el boleto se tenía la confianza implícita de que contaba con un lugar garantizado en el avión, ahora hasta que no se está sentado, con el cinturón abrochado y la puerta cerrada no hay certeza de nada, especialmente en aquella aerolínea otrora colombiana cuyo nombre todos conocemos y que incurre reiteradamente en la práctica de sobrevenir asientos sin salvaguarda alguna para los pasajeros que puedan verse afectados por el exceso en la demanda – conducta que merece la atención de la autoridad de protección al consumidor–; antes todas las contingencias se resolvían cara a cara en el mostrador del aeropuerto, ahora las discusiones comienzan 24 horas antes del vuelo con la acostumbrada pelea –si tiene suerte, por teléfono con un ser humano, de lo contrario con un robot– para que se adjudique un asiento a bordo o se admita un equipaje a la bodega. Lo que antes era un momento ansiado ahora es un suplicio. Y no nos queda alternativa distinta a resistir porque debemos llegar a nuestros destinos y no podemos hacerlo a nado o al lomo de un caballo. Ojalá el Estado ejerza pronto su poder de inspección en procura del interés general y garantice la primacía de los derechos de los viajeros, tan vulnerados por estos días.

–Pasando a otro tema– Encontramos a nuestro regreso que la política colombiana no cambia. Un gobierno que pretende hacer efectivos los derechos de la mayoría, como nunca antes, encuentra frenos por doquier. Un poder ejecutivo que fija sus esfuerzos en alcanzar la paz por todos los frentes recibe la oposición de ex-negociadores que les parece objetable adelantar negociaciones simultáneas, como si las de ellos –que corrían solas– hubiesen alcanzado su propósito. Un presidente que cumple con el mandato de sus electores, que no es otro que el de las reformas que conduzcan a una mejoría en las condiciones de vida, recibe calificaciones de “impredecible”, “adanista” o “megalómano”. Mientras tanto, los poderes de toda la vida –entre ellos los Olímpicos de Barranquilla– disfrutan del percibido colapso del gobierno y celebran en micrófonos y tribunas de opinión los abucheos a la familia presidencial. Y el Congreso estático, entregado a la dilación promovida por sectores de interés que ven en el debate un riesgo a sus negocios, ajeno a la calidad de foro público que le dio origen y lleno de individuos que deslucen la dignidad parlamentaria. Para Germán, quien ocupó un escaño en la Cámara de Representantes por 24 años y que ha visto de todo en los puestos vecinos, esta legislatura preocupa en comparación con las que le antecedieron por su mediocridad y baja calidad argumentativa.

El que sí es un cínico de marca mayor es el expresidente Iván Duque, quien se atreve a declarar que “el gobierno de Petro se convirtió en un símbolo de fractura nacional”. Todavía nos estamos riendo cuando vemos que el peor presidente de la historia, el que provocó tres paros nacionales e innumerables críticas por su desgobierno y amoralidad, tiene el nervio de expresarse públicamente en oposición a su sucesor. Bien podría decirse que Duque aspiró a ser y logró hacerse con la medalla al tiro, porque descolló en tirarse el país. La corrupción alcanzó sus mayores niveles con Duque a la cabeza, sería bueno que nos contara cuántos de sus amigos se lucraron del tubo de Ecopetrol. Donde hubiera tenido un año más de gobierno, se acababan las reservas y no quedaba combustible ni para cargar un briquet. También convendría que explicara por qué una familiar suya era conocida entre altos funcionarios del Estado como “la madrina”, quien gozaba de un acceso irrestricto a entidades y procesos de selección. Le preguntamos a un historiador si él o alguien de su ramo se atreverían a escribir la historia del gobierno Duque y dijo que nadie se ocuparía con ello porque lo que resultaría no sería un libro sino un cómic.

Las opiniones de los columnistas son de su exclusiva responsabilidad.  Les invitamos a leer, comentar, compartir y a debatir con respeto.

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