Quizás el lector piense que los siguientes párrafos hablarán de fútbol. Pero no. De fútbol se hablará poco. Probablemente nada. El sorteo de la fase final del Mundial de Catar, que se celebrará a finales de año, ha sido una excelente puesta en escena de cómo la propaganda procede, más que otra cosa, del ámbito privado, de las grandes corporaciones, del establecimiento, del billetaje, del Poder, el auténtico. La invasión de Rusia sobre Ucrania ha puesto a Occidente contra un espejo poco decoroso, aunque muy sincero.
Toda la maquinaria propagandística de Occidente está en liza. Maquinaria en la que los gobiernos, en realidad, no poseen el gran peso. Muchas multinacionales promueven una falsa responsabilidad social sensibilizando sobre la pesadilla que vive el pueblo ucraniano desde el pasado 24 de febrero. Y lo es. Es una pesadilla en la que millones de personas han abandonado todo lo que tienen. Un relato que, tristemente, el colombiano conoce bien. Hace menos de un año ACNUR informaba de que Colombia era el país con más desplazados internos de todo el mundo. Ese colombiano no ocupaba horas en noticiarios. Tampoco los sirios que aún ven desangrarse su país desde 2011. O los yemeníes, a los que la mayoría de occidentales no ubican ni en el mapa. Pero no sólo de conflictos internacionales se trata.
La FIFA, que ha expulsado a Rusia del Mundial, celebrará su mayor evento en un país, Catar, que vulnera sistemáticamente los Derechos Humanos. Más de 5.000 trabajadores han muerto construyendo las instalaciones. El capitalismo se viste de gala cada 8 de marzo con logos en color morado, pero celebrar grandes eventos en países que segregan a mujeres y hombres en un estadio de fútbol. Hace 4 años, sin ir más lejos, el Mundial se celebraba en Rusia. Había billete por medio. Y donde hay billete no hay ideología. No hay ideología más que la del dinero, claro.
La hipocresía no es la condena a Rusia y a Putin, que merecen la mayor de las repulsas. La hipocresía, y la propaganda, se produce cuando el rasero posee bifurcación, es doble, rasero bueno, rasero malo. Los bombos del sorteo cuentan con países como Estados Unidos, que de invasiones conoce bastante a lo largo de su breve historia, o Arabia Saudí, que mantiene un bombardeo persistente sobre Yemen. También México, país que hace apenas unas semanas veía asesinadas a aficionados en un campo de fútbol y que ha normalizado, entre otras cuestiones, el asesinato de periodistas. Irán, Túnez, Ghana, Marruecos, Arabia Saudí, Senegal o Marruecos tienen tipificado como delito la homosexualidad. Todos ellos jugarán el Mundial. La FIFA luego enarbola la bandera arco iris en sus marcas.
Gianni Infantino, presidente de la FIFA, iniciaba su discurso en el sorteo pidiendo a las autoridades que, de la manera en que fuera, pero alcanzaran la paz. Ha sido un discurso excelente, porque si algo tiene la FIFA es la mayor de las hipocresías. Pedir la paz es parte de la propaganda. Al menos Colombia siempre podrá decir que no participó de la fiesta, aunque fuera por un mediocre nivel deportivo. Un detalle menor, irrelevante, porque en nuestra sociedad hace tiempo que cambió algo: los hechos ya no importan, sólo nuestra ideología.
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