Durante el primer año del gobierno Petro ha corrido tanta agua por debajo y por encima de los puentes, que se necesita una enciclopedia para hacer un balance objetivo de su gestión. A continuación un par de ideas de lo que más fácil llega a mi memoria.
Petro ganó el gobierno pero no el poder. Ganó la presidencia de la república y el derecho a nombrar ministros, directores de departamentos, superintendentes, embajadores, notarios y a ejecutar algunas otras cosas. El poder real sigue en manos de un régimen que se ha consolidado a través de doscientos trece años de historia. Hoy, el poder lo tienen los gremios económicos, los bancos, los hacendados, los medios de comunicación y toda suerte de mafias. También lo tiene la alta y mediana burocracia civil y militar, que a su vez, es fiel representante de ese régimen ultramontano y anquilosado.
Es tan cierto eso, que ni siquiera aceptan que Petro es, como lo dice el artículo 189 de la Constitución Política, jefe de Estado, jefe de gobierno y suprema autoridad administrativa. Por eso, casi le sacan los ojos al presidente, por decir que era jefe del fiscal. Claro, no es jefe funcional, ni jerárquico del fiscal, pero en el rigor de la Constitución, sí. De ahí, que se dice que el presidente es el primer magistrado de la Nación. El propio fiscal Barbosa, dijo en San Andrés Islas, que él ocupaba el segundo cargo más importante del país. La pregunta de Perogrullo es: ¿si el fiscal ocupa el segundo cargo, quién ocupa el primero?
Ese régimen obsoleto es el que hace oposición a Petro. La oposición es tan irracional y agreste como la que Laureano Gómez hizo a Alfonso López Pumarejo: una oposición para «hacer invivible la República». Eso, es lo que pretende el régimen actual: hacer invivibles e intramitables unas reformas en el simple marco de la Constitución. Por supuesto, esa oposición feroz, cerril y obstinada lo único que hace es legitimar aún más los cambios en los que Petro está empeñado. También legitima nuevos estallidos sociales, pues las reformas que el régimen no ha hecho ni permite hacer, son inaplazables.
A pesar de esa oposición irracional, Petro ha obtenido importantes logros: reforma tributaria, plan de desarrollo, aumento de inversión extranjera, revaluación del peso, disminución del desempleo, control de la inflación. Y, en mi concepto, lo más importante: un enorme liderazgo internacional. Dicho esto, en mi condición de cofundador y militante de Colombia Humana tengo sendas preocupaciones en lo personal, en lo administrativo y en lo político.
En lo personal, preocupa que Petro llegue tarde a las reuniones o que no llegue. Es necesario que alguien le maneje la agenda, que Petro la respete y que no anuncie su presencia en eventos, si no está seguro de poder asistir.
En lo administrativo, preocupa que Petro haya impulsado la creación de un ministerio denominado de la Igualdad. De pronto sí, de la Diversidad, porque la igualdad no existe. Cada ser humano es único, individual e imposible de igualar con nadie. Es más: la humanidad debe cambiar el paradigma de que todos somos iguales por el verdadero y real: todos somos desiguales. Creado ese ministerio de la “igualdad”, preocupa que se quiera estatuir en él un Estado paralelo al de Colombia, con la inmensa burocracia de 744 funcionarios. Además de ser irracional, es inocuo, porque se come los recursos que podrían ayudar a aliviar las profundas desigualdades y discapacidades que hay en nuestra sociedad.
En lo político, preocupa la falta de estructura orgánica en el Pacto Histórico. En su momento escribí la nota Ojo Petro a tres momentos. Esos tres momentos eran: buena lista al Congreso, un gran gabinete para los cuatro años y un partido o movimiento político sólido. Algunas personas de los dos primeros momentos son muy buenas, las demás, ahí van. Pero en organización política, la anarquía es total.
Las masas anónimas que votaron por Petro, no saben a dónde acudir para que les respondan dos preguntas. Una, ¿para ellas cuándo llegará el cambio? Dos, ¿cómo votar en las elecciones territoriales del 29 de octubre? Sin esas dos respuestas, el Pacto Histórico puede recibir una mortal paliza. Aún es tiempo de dar un gran timonazo. Esa es mi preocupación. Esta es mi advertencia: hay que remar siempre. Y, aunque sea un día, hacia el puerto donde el pueblo espera.