¿Cuál fue el último pensamiento que pasó por la mente del padre Camilo Torres cuando lo acribillaron las fuerzas de la Quinta Brigada en Patio Cemento, en San Vicente del Chucurí, el 16 de febrero de 1966? ¿O quizá, yendo más allá, qué habrán anhelado momentos antes de partir a la eternidad, los también sacerdotes Domingo Laín Sáenz, Gregorio Manuel Pérez Martínez o los propios hermanos Vásquez Castaño, fundadores del ELN?
Sus pensamientos fugaces, al recibir una ráfaga o un disparo, pudieron girar en torno a dos elementos históricos: la toma del poder de facto, o la firma de un acuerdo con el gobierno, abriendo puertas a transformaciones sociales
Conquistar el dominio estatal y sentar un nuevo norte, por la fuerza de las armas, era imposible. ¿La razón? No hubo respaldo popular a la propuesta de cambio por la vía de la resistencia. Quedaba una opción, el diálogo.
Pero, en lo que coincidirían, sin duda, es que jamás imaginaron que avanzar en ese proceso sería en un gobierno alternativo, el de Gustavo Petro. De otra manera, dar esos pasos iniciales, jamás habría sido posible. Se hubiese repetido lo que fallidamente intentaron las FARC, el EPL y el M-19: dialogar para encontrarse, semanas o meses después, con la traición de los gobiernos de turno.
UN SUEÑO POSIBLE
El sueño del padre Camilo Torres Restrepo, si bien no se ha cumplido, comienza a tomar formar con las pinceladas coloridas del diálogo, poniendo sobre la mesa las expectativas y las realidades sobre las cuales se puede llegar a acuerdos, pese a la oposición de los enemigos de la paz que perviven en el país y que se resisten al cambio.
La plataforma del Frente Unido que concibió Camilo con amplia participación popular, sigue vigente, a lo que se suman, por supuesto, las expectativas programáticas del ELN.
En el actual gobierno, se vienen prefigurando transformaciones. Por supuesto, no serán fáciles y deberán enfrentar la oposición irracional de quienes quieren mantener oprimidas a las clases populares. Pero el hecho mismo de que haya un espacio de diálogo, es un aliciente para seguir alimentando ese sueño.
El cese bilateral del fuego por seis meses—al término del tercer ciclo de negociaciones de paz– permite que las partes se puedan escuchar. Los disparos de un fusil ensordecen y hacen imposible el entendimiento, por el fragor aciago que va de la mano con la guerra.
PARTICIPACIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
A lo largo de la lucha de los elenos, murieron muchos colombianos que se identificaron con su pensamiento: campesinos, sindicalistas, estudiantes, indígenas y líderes de diversas plataformas.
En memoria de su sacrificio, dando la vida por la defensa de un ideal, era previsible un elemento sobre el cual se trabaja de cara a un acuerdo de paz: la participación de la sociedad civil en las conversaciones y los alivios humanitarios para disminuir las afectaciones en las zonas más golpeadas por el conflicto.
Con los altibajos que se han evidenciado desde el inicio de los diálogos el 21 de noviembre del 2022, en Caracas, las tres rondas en una mesa de concertación han dado pasos sólidos, siempre hacia adelante. Se ha fluido un poco más expeditamente que cuando se produjeron las aproximaciones con las FARC. Comprensible porque se trata de dos dinámicas diferentes.
MONITOREO Y VERIFICACIÓN
Los pilares de monitoreo y verificación a través de un mecanismo concertado y en el que tomen parte la Iglesia Católica, la Comunidad Internacional y la veeduría de organizaciones de la sociedad civil, despiertan confianza y avivan la esperanza de llegar a un acuerdo de paz con el ELN, con bases sólidas y que permanezca en el tiempo.
En pocas palabras, con reglas claras, que no den margen a suspicacias de los eternos enemigos del diálogo, que añoran la seguridad democrática de Uribe.
Quienes anhelamos una Colombia diferente, en la que equidad, justicia y desarrollo sean reales y no meros conceptos de economistas que explican muy bonito sobre el papel, creemos que el desescalamiento del conflicto con el ELN no está lejano en el horizonte.