A más de 90 días de la retención en Argentina de los tripulantes de un avión venezolano comprado a Irán, aún no se resuelve el caso que parece sacado de una mala película de espías.
Ni en un film del superagente 86 las fuerzas de seguridad habrían actuado de manera tan chapucera como en el asunto del avión de la empresa venezolana Emtrasur retenido en Argentina desde comienzos de junio. Todo comenzó el 6 de junio cuando la aeronave, que traía autopartes desde Méjico, aterrizó en el aeropuerto de Buenos Aires y se le negó el aprovisionamiento de combustibles argumentando las sanciones que pesan tanto sobre Venezuela como sobre Irán. La tripulación intentó dos días después abastecerse en el vecino Uruguay, donde se le negó el combustible y el propio ingreso al espacio aéreo, a pesar de que en otras ocasiones la nave había aterrizado allí sin problemas.
Al regresar al país gaucho se encontraron con una orden judicial de aprehensión de la nave y de retención de los documentos de los tripulantes, a los que se les recluye en un hotel de la localidad de Ezeiza. La explicación es que se trata de un pedido de las autoridades estadounidenses, sin que en concreto haya cargos penales contra el personal.
El avión fue propiedad de la empresa iraní Mahan Air, de ese país, hasta 2021, cuando fue vendido a la venezolana Emtrasur. Tanto la aeronave como la aerolínea iraní fueron sancionadas por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos porque habrían prestado servicios a las fuerzas Al-Quds, catalogadas de terroristas por Washington.
La inspección de la aeronave, realizada por la justicia argentina con presencia e intervención del FBI estadounidense, no encontró nada irregular y sin embargo, solo se autorizó la salida del país de 12 de los tripulantes. La razón de que a los otros siete, entre ellos el piloto Gholamreza Ghazemi, continúen retenidos no es clara y simplemente se habla extraoficialmente de que es sospechoso que haya tantos tripulantes y de que posiblemente Ghazemi sea miembro de la Fuerza Al-Quds perteneciente al Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, entidad supuestamente involucrada en dos grandes atentado ocurridos en territorio argentino en 1992 y 1994 contra la embajada de Israel y la Asociación de Mutuales Israelitas de Argentina-Amia-con elevado número de muertos y heridos.
De nada han valido las explicaciones de que la venta del aparato incluía el apoyo en vuelo durante un año del capitán como profesor piloto y sus ayudantes para ni la aclaración de que se trata de un homónimo de alguien que sí pertenece a dicho grupo
Por lo demás, dentro de los investigados por los atentados no hay ninguno con el apellido Ghazemi que entre otras cosas es tan común en Irán como Rodríguez o González en los países de habla hispana.
Es aquí donde parecen entretejerse los cables de la intriga internacional porque todo indica que las explosiones contra la sede de la embajada y contra el edificio de la Amia formaba parte de una conspiración dirigida a afectar la imagen del gobierno iraní, de su aliado libanés Hezbolá, y de carambola asestar un golpe fatal a la rama progresista del peronismo argentino. No es casual que se haya pretendido acusar judicialmente por presunto encubrimiento, incluso siendo presidenta, a Cristina Fernández, en la actualidad vicepresidenta, por el hecho de haber firmado un memorando de entendimiento con Irán con base en el cual se crearía una comisión internacional para el esclarecimiento de esos crímenes, no se daba la extradición de los iraníes requeridos por la justicia argentina(ya que la ley de Irán prohíbe la extradición de sus nacionales) pero sí se ofrecía la colaboración que se requiriera.
Ciertamente, la muerte del fiscal Alberto Nisman un día antes de la fecha en la que presentaría su acusación ante el Senado le da un toque de mayor misterio a los hechos. Su deceso, inicialmente presentado como suicidio, descartado luego al verificarse que fue realmente asesinato, le da tintes de enigma a las investigaciones que inicialmente tenían varias hipótesis. Al principio se habló de la pista siria, luego del involucramiento de policías con tendencias nazis pero luego Nisman se casó exclusivamente con las informaciones que le daban los servicios secretos norteamericanos y los israelíes.
Todo daba un coctel que mezclaba iranofobia y consideraciones de política interna argentina con miras a procesar a Cristina, que finalmente no tuvo resultado ante la falta de pruebas.
Como ya poco se recordaba esa situación, volviendo a la actualidad, qué mejor que ajustar cuentas con Irán y Venezuela, ambos a la vez. Así se les cobraría la osadía de haber roto el bloqueo petrolero al que venía sometido nuestro vecino. Al estado profundo de los gringos, sean republicanos o demócratas, aún les escuece la audacia del envío de varios petroleros que cruzaron los anchos mares para auxiliar a Venezuela con combustible y con aditivos para que volvieran a funcionar las refinerías. Esa fue una hermosa página en la historia de la solidaridad entre los pueblos que no quieren someterse a los dictados de Washington.
El momento fue escogido cuidadosamente porque el gobierno argentino atraviesa grandes dificultades y hacía poco había restablecido las relaciones con Venezuela. Con esta provocación se pretende envenenar de nuevo el vínculo entre ambas naciones y se pone a Alberto Fernández, a la vez que se siembra entre la población argentina y del mundo la idea de que las autoridades iraníes y venezolanas apoyan el terrorismo, lo que es contrario a la realidad.
La actuación de la justicia en Argentina en este caso no parece obedecer a los intereses nacionales ni a los principios que rigen los principios judiciales y muestran la intervención de los Estados Unidos en el funcionamiento del aparato judicial en América Latina.
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