Las elecciones presidenciales de 2022 son históricas en todo sentido. Por primera vez el país escogió una opción distinta a los partidos tradicionales. Se dio también algo inédito y es que las dos alternativas que pasaron a la segunda vuelta representaran vertientes nuevas. Muchos señalaron que más que el triunfo de Petro, de alguna manera ya esperado dada su brillante trayectoria de décadas en la política, el fenómeno destacado fue la altísima votación por Rodolfo Hernández. A este se le presentaba como el outsider o advenedizo, el verdadero “antipolítico” que desafía todo el sistema imperante. Tanto fue así que incluso William Ospina fue seducido por ese aparente rupturismo. Este gran escritor fue más lejos al afirmar que Hernández representaba la franja de descontento y deseo de cambio que se viene expresando de tiempo atrás y ocupó lugar notable en la campaña del ingeniero santandereano, al grado de anunciársele como posible ministro de cultura.
Pues bien, derrotado en la segunda vuelta, Rodolfo pasó a ser senador de la república, en tanto su fórmula vicepresidencial, Marelén Castillo entró a ocupar una curul en la Cámara. Ello en virtud del estatuto de la oposición, por lo cual se esperaba que se desempeñara si no como jefe, al menos como vocero importante de la oposición. Pero no, al parecer el hombre mató al tigre y se asustó con el cuero; no tenía muy claro cuál era su papel y ni siquiera era clara su posición frente al nuevo gobierno. Se le vio desdibujado y gris, muy lejos del gran líder rupturista que quisieron mostrar en la campaña. Cuando su rol era de primer orden se dedicó a bajezas tales como cobrarle a la señora Castillo (y no de la manera más amable) supuestas deudas electorales. Ni qué decir de su actuación en la interna del movimiento que lo avalaba, la llamada pomposamente “Liga de Gobernantes Anticorrupción”. Este grupo, más que partido, resultó convertido en empresa electoral familiar, en la que las posiciones decisivas son asumidas (a perpetuidad) por él mismo y por su esposa. Tan escandalosa es la situación que ni siquiera se tuvo en cuenta a los congresistas elegidos por esa fuerza y por ello decidieron abandonar la colectividad.
Esto sin hablar de los expedientes por corrupción que siguen rondando como un fantasma al ingeniero.
En esas condiciones, ahora que el personaje renunció al Senado, aparentemente para no afectar una aspiración a un cargo de elección popular regional o local en Santander el año próximo, cabe reflexionar sobre la manipulación desplegada por muchos medios de comunicación que presentaron a Hernández como una gran figura, cuando, en el mejor de los casos, sería un actor de segunda línea entre los dirigentes regionales.
¿Cómo es posible que hayamos estado a punto de dejar la jefatura del estado en manos de alguien tan oscuro, grosero e impredecible, que además tiene cuentas por la justicia y no por causas menores sino precisamente por corrupción?
¡Qué alivio saber que al frente de la nación quedó un verdadero estadista y no un bufón que quién sabe dónde nos tendría de haber ganado la contienda democrática de junio!
Es hora de insistir en una mayor pedagogía política y comunicativa que permita una ciudadanía mejor informada que no se deslumbre ante candidaturas de oropel y que exija un mayor nivel ético a los aspirantes a los cargos de elección popular.
Bien ido de los espacios senatoriales el fugaz excandidato. Con su temprana deserción en la Cámara Alta y con sus patanerías demostró su verdadera catadura y su falta de dignidad para cualquier cargo de representación.
Ante ello, solicito a Ospina, que nos diga si sigue llamándose Rodolfo como en uno de los programas de televisión más populares o si las nuevas circunstancias de desinfle de la imagen de su ídolo le merecen alguna reflexión que esperamos comparta con el país.
Aún está a tiempo de volver a llamarse William, el hombre de letras que tanto le ha aportado al debate público, a la cultura y a la paz en Colombia.
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