Hace algunas semanas escribí una columna titulada “Un elogio a la estupidez”, pensando, con un optimismo ingenuo, que la estupidez de muchos de nuestros compatriotas no podía caer más bajo, pero me equivoqué. Como dice una de las leyes de Murphy, “cualquier situación por difícil que parezca es susceptible de empeorar”. Los hechos recientes así lo demuestran.
Es tal la cantidad de hechos que han ocurrido en nuestro país y tanta la gente que sale a defender lo indefendible que uno queda, por lo menos, sorprendido por los argumentos (¿?) que usan para esa defensa. Sus “argumentos” son ataques al gobierno electo, como si fuera el causante de todos los males.
Tanto sus detractores como defensores de los gobiernos Uribe y Duque conocen quienes son estos dos personajes, sus inteligencias, sus alcances, sus carencias y en general las realizaciones de cada uno de sus gobiernos. No vale la pena ahondar en esto nuevamente, solo mencionar el discurso de Duque en la instalación del nuevo congreso y el “amarre” de contratos y puestos para sus amigotes; a cualquier persona con sentido patriótico y ciudadano, por lo menos, debe darle pena ajena y molestarle que quieran seguir falseando la realidad y acabando con los recursos que aún tiene el estado. Me referiré a las reacciones que por cualquier motivo, hecho, razón o circunstancia tienen los seguidores de estos dos políticos, reacciones que no pueden sostener un análisis coherente, ya que por el lado que se les mire no aparece ningún atisbo de lógica ni inteligencia.
Solo se remiten a emitir ataques irracionales contra quien opine algo mínimamente en contra de la forma de pensar de estas dos personas, sus áulicos del Centro Democrático y sus partidos afines. Un debate que pueda terminar con conclusiones productivas e inteligentes debe hacerse con argumentos, con respaldo de investigación, de cotejo de la verdad y sobre todo, lo más importante, en beneficio de todos los colombianos y no de cualquier líder o persona.
En Colombia ha hacho carrera, conforme al sistema feudal que debemos defender a los poderosos, al que tiene el poder político, económico o religioso, en detrimento del bienestar de la población y del país. No en vano, términos como “patrón” son utilizados a todo nivel recordando al terrateniente y a los jefes del narcotráfico y parapolíticos en los últimos tiempos, donde ese patrón decide inclusive sobre la vida de sus “vasallos”.
Esta mentalidad representa el atraso, el devolvernos a los primeros siglos de esta era en las que se cambió el esclavismo por el feudalismo y tiene como consecuencia el evitar que la gente piense, analice, dé decisiones y en últimas sea libre, sin ataduras de ninguna especie, lo cual tiene como consecuencia que la persona sea dueña de su destino.
La condición esencial para mantener este estado de cosas es que el ciudadano sea un estúpido total, que no piense, que no analice, que no tome decisiones, que siga a quien lo obliga o engaña y que haga lo que el patrón le dice sin remilgos ni protestas. Ese es el éxito de ese sistema, y Colombia es uno de los mejores ejemplos de que eso sea así. Una gran cantidad de compatriotas solo repite lo que el patrón dice o los medios de comunicación de propiedad del patrón le han indicado que debe pensar.
En ese orden de cosas nos encontramos en una coyuntura sin antecedentes, en los que un gobierno diferente a los que han ostentado el poder llega a la primera magistratura y son bancada mayoritaria, no definitiva, en el parlamento, con un gran porcentaje de ciudadanos en un estado de estupidez crónico, que han sido capaces de elegir a sus enemigos durante más de 200 años, sin sonrojarse. Lo hacen con orgullo, sacan pecho y hacen fiesta cuando “su candidato” (léase su opresor) sale victorioso, con la complicidad de ellos, en unas elecciones. Gritan arengas, toman cerveza o aguardiente, echan voladores y todo porque “ganaron”. ¿Qué ganaron? No se entiende la efusividad por el triunfo de una persona que solo está en la política para “vivir” de esos ciudadanos. Ellos, sus votantes, no reciben nada, al contrario su calidad de vida se ha visto deteriorada elección tras elección.
Ahora ocurre el fenómeno contrario, ganó una apersona que representa los intereses populares, que no se ha robado nada, que siempre ha pensado en los pobres y miserables, que quiere trabajar por una buena calidad de vida de la gente, por la educación, por el empleo, por la salud, etc. Ante esa nueva realidad, esos irrestrictos de sus opresores salen a atacar, ofender y desaprobar todas las propuestas del nuevo gobierno, no importa que estas nuevas políticas los beneficie, los saque de su miseria, dejen de ser esclavos y los conviertan en ciudadanos. No, eso no es importante. Lo que les interesa a esos colombianos es defender a su patrón, que en esta época está representado por Álvaro Uribe Vélez y su mandadero de turno, Iván Duque.
Su estupidez no le permite ver más allá de sus narices, escoger lo mejor para él y su familia, no, eso no lo mueve, su existencia se ha basado en obedecerle al patrón. A ese grado de estupidez han llegado muchos colombianos. Le tienen miedo a la verdad, no quieren que esta se sepa, pareciera que, si se develan todos los actos de corrupción y violencia que han cometido sus “ídolos”, los deja sin “dios” a quien venerar. La diferencia la hicieron los jóvenes cansados de no tener oportunidades, de que no sean tenidos en cuenta, de que los traten como delincuentes y como una reacción a la complicidad de sus padres con los gobiernos corruptos. Ellos son la esperanza.
Pero aún en el gobierno están enquistados esos pensamientos estúpidos, gregarios y esclavistas, que no es fácil ni extirpar, ni convencer de lo contrario, que serán la más grande oposición a los aires modificadores del nuevo gobierno. Esos mismos que le pusieron todos los obstáculos a la alcaldía de Gustavo Petro y que no le permitieron hacer todo lo que pensaba realizar para el beneficio de los bogotanos. La estupidez es la forma de vida, por no darle otra connotación, en la que viven muchos, y son felices existiendo así. Eso no debiera ser causa de crítica, cada uno es libre de vivir como quiere, pero ¡es que son tan perjudiciales para los demás, que han sido capaces de acabar con el país!
El mejor ejemplo de lo que estamos viviendo en Colombia, es la inteligente frase con la que Duque pretendió elogiar a Zapateiro, dijo que el general le había enseñado a decir “Ajúa”… y hubo gente que aplaudió… sin comentarios
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