Un presidente sordo, una derecha arrogante y una oposición dividida

Un presidente sordo, una derecha arrogante y una oposición dividida

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La atípica instalación del Congreso, más temprano de lo habitual y en medio de masivas movilizaciones, escenificó el penúltimo gran acto de un presidente asediado por el fracaso. Convertido en la cotidianidad del país en uno de los “peores presidentes”; constantemente calificado por las encuestas como el más impopular desde que existe registro; y, artífice incidental del desprestigio del uribismo y parte de la derecha que lo encumbró en 2018. Ya se empieza hablar del legado de Duque y otros más avezados hasta hablan del “duquismo”, ¿qué es eso?, a lo sumo, el hijo más amorfo e incapaz del autoritarismo uribista.

La instalación del Congreso también representó una fotografía de un país sumido en su peor crisis social y económica, le midió el aceite a la clase política tradicional (que aplaudió a rabiar el discurso de Duque) y evidenció la mala relación entre los sectores alternativos. Una fotografía que, de no cambiar en pocos meses, se podría convertir en la memoria visual de la reacomodación de la derecha y el hundimiento del momentum de los alternativos.

Duque en el país de las maravillas

Cada vez va quedando más claro que tras su llegada a la Casa de Nariño, Duque anuló cualquier sentido de la autocrítica. Para el presidente, Colombia va rumbo a la “modernidad” y el estallido social solo es una consecuencia de la instrumentalización planificada del petrismo. En una reciente entrevista con El Colombiano, Duque le pidió al periodista que no le preguntara sobre los efectos sociales de la fallida reforma tributaria de Carrasquilla; afirmó que su legado en la historia serían los “grandes” avances en equidad y no reconoció errores. Sobre el 2022, advirtió del populismo y la demagogia.

Al presidente le preocupan las “mentiras”, tal vez, todavía tiene presente el clima de opinión falaz y tendencioso que su partido creó en torno al acuerdo de paz.

En su discurso ante el Congreso, volvió a emerger el clásico presidente desconectado de la ciudadanía, el habitante ciego y sordo de un país devastado, el hombre sin atributos. Aferrado a unas pocas ejecutorias, a sus conocidos eufemismo (legalidad, inversión social o emprendimiento) y a la defensa a ultranza de la Fuerza Pública. Poco queda del candidato que prometió “unir a los colombianos” y escribir una nueva página en la historia. Su precaria capacidad liderazgo solo le ha servido para señalar a los responsables imaginarios de sus fracasos. Pues sus incondicionales le pintan un país de las maravillas y ya poco les importa que su desempeño en las encuestas sea indicativo de la extendida aversión que su imagen genera entre una gran mayoría de colombianos.

Se va cerrando un periodo realmente trágico para el país, en el cual Duque fue el principal antagonista y la ciudadanía la estrella estelar; sin embargo, esto no quiere decir que la clase política tradicional se encuentre derrotada. Para nada. En el Congreso aplaudieron a rabiar el lánguido discurso del presidente. ¿Por qué celebrar a su enterrador?

Una derecha en proceso de reestructuración

Considero que hay tres variables objetivas al momento de analizar el reacomodo de la derecha de cara al 2022. Primero, el Centro Democrático jugará como invitado de segunda o tercera fila, sus actuales candidatos encarnan al sector más de extrema y el partido se encuentra más preocupado por diseñar una estrategia que le permita conservar escaños en el Congreso; segundo, los medios del gran capital están empeñados en crear una matriz de opinión, derivada de la coyuntura interna y sin la abstracción del castrochavismo, valiéndose del desprestigio sistemático a la primera línea (que jugará con una lista al Senado), ya se habla de “cabecillas”, “terrorismo” y hasta adoctrinamiento de menores; tercero, la división entre los sectores alternativos es prenda de garantía para sobrevivir a una primera vuelta y meter un acelerador en la segunda. ¿Ya entienden por qué le estaban aplaudiendo encarnadamente a Duque?

No hay que subestimar los alcances y posibilidades de la clase política tradicional. Son mayoría en la Cámara y en el Senado porque han logrado confeccionar un sistema electoral hecho a su medida. Su retaguardia histórica siempre ha sido el Congreso y de cara al 2022 harán todo lo posible por configurar una mayoría. Tan sólida como para bloquear una agenda de gobierno; poner en los entes de control a sus aliados o eternizar impunidades. No solo son los partidos tradicionales, estos si acaso resultan siendo su expresión más superficial, pues en el entramado de la derecha criolla convergen el capital financiero, los grandes medios, ciertas instituciones religiosas, los terratenientes y el narcotráfico.

La derecha es arrogante y en su estrategia está estudiando a los alternativos, evidenciando sus dificultades y exaltando sus contradicciones, poco preocupa que Petro ande punteando en las encuestas y hasta les conviene “inflarlo”, sus verdaderos movimientos los conoceremos a los pocos meses de las elecciones. Solo hay que recordar que a mediados de 2017 el virtual presidente era Vargas Lleras y a Duque nadie lo conocía. ¿Y qué pasó?

Un réquiem por la unidad

El resultado fue sorpresivo, el voto en blanco derrotó a Gustavo Bolívar, el único candidato de la oposición nominado para ocupar la segunda vicepresidencia del Senado. Tras el resultado sobrevino un entreacto tragicómico: los verdes nominaron a uno de los suyos y no se interesaron en “darse la pelea” por Bolívar. Su reemplazo fue Iván Name, un senador desconocido y ausente en la opinión pública. Ese episodio, marginal por fuera de la mecánica del Congreso, sigue reflejando la gélida división entre el bloque del Pacto Histórico y el partido Verde. Va quedando claro que el sector mayoritario del Verde se está imponiendo ante los “agentes del petrismo” y que la rencilla entre Petro y Claudia López ya se convirtió en cuestión de partido.

La respuesta del Pacto Histórico no resulta siendo más acertada, se ha reducido a tirar el Verde y sus aliados en la coalición de la esperanza a la derecha o el uribismo. En el debate Roy-Petro, el principal leitmotiv fue su autodefinición como la “verdadera centro-izquierda” y ante el “giro a la derecha” de Claudia López, solo se pueden anticipar caminos más alejados. Esa división solo le resulta favorable a la derecha, que la observa complacida y hasta juega a profundizar sus contradicciones, no parece accidental que los partidos tradicionales se hayan unido para hundir la nominación de Bolívar.

Mientras en los alternativos se va ampliando la división, en la derecha, tan consciente de sus privilegios y posibilidades, va ganando la unidad.

Ni el antiuribismo, el temor ante al ascenso de la extrema derecha, la peor crisis social y económica de la historia o la posibilidad de que llegue otro peor que Duque, han propiciado si quiera una visión mínima de unidad entre los alternativos. ¿Ya entienden por qué la derecha no dejó de aplaudir?

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