Soñé siempre con escribir esto, aunque la hoja en blanco me apabulle más que mi explicites, romperé mis pensamientos y le diré. Nunca la vi, pero ella se sonrojaba con mi despliegue cerca de su cuerpo, le buscaba infinidad de veces pero solo me encontraba con la sonrisa esfumada del ser que me llamaba. Le escribía, pero encontraba solo visualizaciones de mi desenfrenada idiotez. Pero, qué clase de persona es esta, me preguntaba mientras descuidaba mis frustraciones en una joven no mucho mejor sentimentalmente que yo, quién es ella. Sus ojos cálidos, desentonaba el monocromo de mis peticiones, descifraban acaloradamente los sellos blindados puestos por mi alma para no ser nuevamente rotos. Me cautivaba cada parte de su osteología, era perfecta. Cada vez que su hermoso rostro giraba para deleitarme con su mirada, una parte de mi gritaba al cielo encantado por su existencia. Era simplemente una crápula para mi vida. Su sonrisa, sé, que haría enojar completamente a Afrodita, quien se pondría nerviosa ante tal competencia digna enteramente de su cargo.
Así que, me fui acercando más y más, pero, algo pasaba. No reaccionaba. Oh, humilde corazón, acaso aquella dona, primada de los delirios de tu alma, osará dejarte incontrito. Así fue, su alma, abolida por las injuriosas patrañas de mil personajes ajenos a nuestro ser, dejo de lado aquello que deseaba más que la propia vida. Tenían razón, aquellas patrañas no eran otra cosa más que realidades sutilmente arregladas para sonar peligroso y aprisionadas envidiosamente por la codicia del tener lo que no les pertenece. Cada día denotaba eternidad y, pareciese que al verla tres minutos, cada hora en la que se convertía, se hiciese perpetua apreciando el brillo miel de su mirada; que parecía vacía, aunque los dos sabíamos, que ese silencio gritaba al cielo un te extraño. Cada mes desaparecía lentamente, mientras que en mis recuerdos cada momento se hacía más presente, y mientras esto pasaba, lo que yo creía que no podía estar mejor se alentaba lujuriosamente frente a mí.
Aquella Afrodita dueña de mis ilusiones, cautivaba mucho más ahora que desde lejos empuñaba su encanto. Jamás podría olvidar aquella vez que se negó a abrazarme. Aunque nuestros momentos eran únicos, había otro individuo completamente abrumado por no saber qué hacer con tan pulcra dama y simplemente, perdía la oportunidad que desde antaño yo estaba mendigando. Podía sentir su dolor, y no obstante ella se reía del suyo; aquella sudadera verde agua marina que llevaba aquel día se teñía un poco más, circunferencialmente al caer de sus lágrimas, esas lágrimas que solo yo podía ver. Intencionalmente, cierto día, premeditadamente mis labios hicieron fiesta en los suyos, que no eran más que un fruto casi imposible de conseguir y que solo era entregado a tontos sin cerebro, por ende no era digno de ellos. Aquel momento fue el crepúsculo de mis intenciones, pero la bomba atómica para sus futuras reacciones.
Cada vez que la veía, más me gustaba, pero no era un simple capricho o una idea semiotizada de la perfección, más bien, era lo que era. Perfecta. Cada una de las admirables notas que recitaba su dulce garganta eran el cese del llanto de un bebe y el nacimiento eterno de una mariposa, todo alumbraba con brillo singular cuando su voz salía a la batalla. La descripción más acertada no podría ser otra más que: era un ser hermoso, su miraba desataba las almas y los deseos más profundos de cualquiera, su sonrisa, que dibujaba una cuna que brillaba como un cuarto menguante en la noche más clara del invierno, sus manos delicadas y dignas del cuidado de una taza de té, su figura controlada por los oblicuos deseos de quien le miraba, nada le quedaba nada porque todo carecía de esencia cuando estaba en ella. Entre todo esto solo destacaba un error poco común en seres tan perfectos, y este era simplemente una cosa. Ella, el ser sinigual puesto en mi aletargado camino, que sin lugar a dudas encantaba a cualquiera a pesar de que no mereciese su amor, ni apreciasen por un instante lo que en realidad era y aún así les amase no estaba conmigo. Así es, aquella mujer, no poseía la perfección, porque en su ser carecía el verdadero amor y eso, solo lo podía hallar aquí. Por esa razón, mientras le miraba, sonreía porque sé, Tania, que eres mía.
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