Yo antes de la rosa pongo el puñal,
No una dalia, ni girasol, ni cayena
o coliflor,
Ni doy conchas regadas en la orilla de la playa,
Tampoco regalo oleaje, ni espuma, yo no doy esas cosas.
Huyo rápidamente cómo el ciervo
porque tengo el desasosiego que rompe corazón,
En mil pedazos no, mi corazón no soportaría tal quiebre,
El mío fue forjado así, en el natal momento dónde concebido fui yo;
Asemejase a las Mariamulatas que secan sus alas, entre el amarronado jardín, en casa de la abuela.
No vénganme con romanticismos,
La vida misma habrá de encargarse, entre sus manos el puñal sembrar,
A mi ha regaládome el don, eso que por pro le llaman vida:
Abro la boca, sal sobre cavernas, silencio entre carnavales.
Aquí dónde habito, la gente no diferenciase entre carroñeras bestias.
Entonces, no me pidas añorar reposo,
Yo tengo en las manos este puñal,
A veces regala pétalos incoloros, a quién entregarle la voluntad no debo,
¿Has entendido?
Entre los árboles silvestres
sale y entra cómo con cálido murmullo,
Moviendo por lado y lado las hojas,
Y no son ninfas quienes van cantando; es el hombre, ya va hablando.
Escuchar la magistral tonada
es mi agrado soledeño,
Antes, callóme y dejo impregnada,
Del pintor sus cuadros,
Estos versos.
Hermosas van bajando, de la sierra las doncellas,
Que por jóvenes y bellas, enamoran al Magdalena,
Y la tierna carne juvenil
de jóvenes hombres apolíneos,
Enamoran a los valles, pueblos, gentes-montañas
Alrededor del caudal quemado.
Las cosas estas son por las cuales yo
guardo el puñal,
Entregado por la vida, cuando parido fui yo.