La Otra Voz publica este documento sobre feminismo y violencia de generó de la profesora de literatura de la Universidad Nacional de Colombia, Diana Nicoleta Diaconu, que abre el debate sobre los alcances que ha tomado el feminismo de masas en Colombia que en la búsqueda de igual de derechos frente a los hombres pasa por encima de otros derechos fundamentales como la libertad de expresión, el derecho a la defensa, al debido proceso, la buen nombre y a la honra.
Apreciadas profesoras,
« Con mucho gusto aclaro mi posición de distancia con respecto al discurso feminista masivo, posición que hasta ahora he tratado de resumir y abreviar lo más que pude por pudor, para no enviar mensajes demasiado largos, ni intervenir demasiado a menudo en esta discusión.
Me es importante aclarar desde un comienzo que me refiero a este tipo de discurso, banalizado y aligerado de contenido crítico, pero muy exitoso y que está muy de moda, y no a todo discurso de género, del cual los docentes especializados en el asunto conocen, desde luego, mucho más. Un discurso de género que fue reducido y simplificado, convertido a un formato de difusión masiva para tocar la sensibilidad de las multitudes y cooptar a toda una masa irreflexiva, con comportamientos y actitudes kitsch. A mí, como profesora de literatura me interesa, entre otras, la problemática de las modas críticas y culturales y sus repercusiones en el campo académico o en la crítica literaria. Por lo tanto, aquí les planteo el análisis de un discurso. El discurso de género mediatizado e institucionalizado, el modelo discursivo que está detrás de esta carta abierta y de la narrativa mediática que denuncia el caso del profesor Porfirio Ruiz. Discurso que representa una versión adulterada, corrompida, de lo que era o debía ser un discurso crítico, de auténtica denuncia, a servicio de la justicia y de la igualdad, y que es asimilado por el discurso oficial, de manera que hoy es un discurso hegemónico más.
Y como discurso del poder que es, le encanta sembrar terror, dominar por el miedo. Esta discusión en el grupo de docentes es una viva prueba de ello. Si este debate, tan importante que interesa a toda la comunidad universitaria, es todavía tan poco nutrido y da la impresión de que hay casi consenso, exceptuándome, alrededor del discurso masivo de género y sus planteamientos, esto se debe precisamente a que se trata de un discurso institucionalizado, tan autoritario como cualquier discurso del poder, que “logró” con sus prácticas acallar, amedrentar, intimidar a todo el mundo que piensa diferente, de manera que parece que soy la única que critica este discurso. Lo cual no es cierto, hay muchos docentes que tienen puntos de vistas afines al mío y mucha más experiencia y conocimiento que yo, que podrían aportar reflexiones muy valiosas a esta búsqueda común tan necesaria de vías alternas para solucionar el problema de la violencia de género (y, en el fondo, de la corrupción).
Pero si seguimos en el callejón sin salida al que nos llevó el discurso que critico, que no soluciona nada porque no dispone de los medios para hacerlo, es porque todas estas voces distintas fueron acalladas. Y las personas amenazadas, amedrentadas o profundamente decepcionadas y desmoralizadas, dejan que se imponga y se institucionalice esta visión única, la políticamente correcta, antes que meterse en un lío. ¿Es éste el entorno seguro que nos brinda el discurso masivo de género, que acaba con el debate y con la diversidad y pluralidad mientras pretende defenderlas? Pero las defiende solo cuando es de su conveniencia e impone por el miedo un falso consenso, fingido. Acaba con el diálogo crítico, libre, e instaura el terror de la corrección política. Pensar diferente ya es un delito para este discurso. Quien no está con nosotros, está en contra de nosotros. Véase el caso, iluminador en este sentido, del profesor Renán Vega Cantor de la Universidad Pedagógica, expuesto al muro de la infamia y amenazado de muerte por no abrazar por consigna el discurso de género, porque no quiere enseñar en sus cursos la corrección política de moda. ¿No son más bien fascistas estas prácticas? Ni se diga dónde quedan entonces todos estos derechos que tanto defendemos, la libertad de cátedra, de expresión, de pensamiento, de opinión, la autonomía universitaria…
¿La Justicia?
¿Cómo se va a hacer justicia con un planteamiento tan pobre y superficial que solo da para el desquite y la venganza primitivos? Que pregona la inclusión pero practica la exclusión y proscribe el diálogo y el análisis crítico. Aspira al monologismo y a la verdad única y trata de venderse como discurso “progre” y de izquierda, vean ustedes el sancocho. Uno de los axiomas de este dogmático, inquisitorial discurso es la descalificación, escarnio o eliminación de quien lo critique o no lo adopte. Se le deshumaniza por completo y se le descalifica, se le tacha enseguida de encubridor, delincuente, abusador, maltratador, etc. Y este proceder no solo no es “progre”, ni tiene nivel universitario, sino que es una manera fascista, en esencia, de sembrar terror: si no estás de acuerdo, eres un abusador y serás el próximo blanco. Y ya sabes como nos ensañamos con la víctima, qué digo, con el victimario. Nos encanta la crueldad como espectáculo masivo. Si seguimos así, dentro de unos años va a ser muy natural (como hoy lo son los muros de la infamia, reales o virtuales), descabezar al supuesto victimario y jugar fútbol en la Plaza Che con su cabeza o exhibirla por todo el campus. Con la sorpresa de que en algunos casos, muchos años después, nos enteraremos de que se trataba de una confusión, un equívoco que, a estas alturas sería mejor callar para no confundir a la opinión pública. No más violencia de género, muy de acuerdo con ustedes, pero no tratemos de servir esta causa promoviendo la violencia. No más muros de la infamia, tampoco, por favor, porque esto destruye la comunidad universitaria y es de trogloditas, no de gente pensante. No se puede enseñar en un ambiente de terror y estigmatización, que no es compatible con el ejercicio de la libertad y del espíritu crítico.
Que alguien piense diferente y critique el discurso masivo de género no significa que aboga por la impunidad, que no le importan los estudiantes, que defiende la violencia o demás anatemas que este exitoso discurso suele lanzarle al que se resiste a ser seguidor de esta tendencia. En esto, el discurso masivo de género calca un discurso igualmente exitoso, pese a su alto grado de pobreza y podredumbre, el discurso uribista: si estás en contra del uribismo, eres enemigo de Colombia y por tanto tu eliminación se convierte en una buena acción, un acto ético, no solo justificado sino incluso necesario y digno de aplaudir. A mí me importan mucho los estudiantes y la universidad, tengo un sentido muy agudo de la justicia (por eso decidí escribir aquí) y precisamente por eso denuncio la doble moral y la pobreza extrema del discurso masivo contra la violencia de género, un nuevo discurso del poder. Mi forma de respetar a mis estudiantes es contribuir a la formación y desarrollo de su pensamiento crítico, en vez de complacerlos en todo y darles siempre la razón, porque no son clientes, ni adeptos que hay que ganar de cualquier forma, sino que son estudiantes. Hoy siento que debo advertirlos sobre la trampa de este discurso adulterado, que es lo contrario de lo que promete, que proscribe el análisis crítico y trata de convertir a sus adeptos en marionetas, que posan en vez de tomar posición.
Porque, además, este discurso que defiende a las víctimas y a los ofendidos, a su vez ofende y produce víctimas (que esconde), entre los profesores y también entre los estudiantes. ¿No será posible defender a las víctimas sin producir más víctimas como supuesto efecto colateral inevitable? Las prácticas recomendadas por este discurso conducen a menudo a pensamientos suicidas, tentativas de suicidio y suicidios, estos sí muy poco mediatizados porque no están de moda. Ante estos casos, de los que es directamente responsable, este discurso de doble moral calla, como si no se tratara también de estudiantes que hay que proteger, porque a veces no son culpables en absoluto, otras veces no son los únicos culpables y de todos modos, no se merecen la tortura psíquica y a veces la muerte a la que los condenan los bárbaros y arbitrarios muros de la infamia, reales o virtuales. A veces se descubre después de que la víctima de este discurso se haya suicidado o haya ingresado en el psiquiátrico que fue un error, no se trataba de un violador, pero el muchacho no aguantó el linchamiento mediático y toda la campaña de difamación.
Al final, una vez deshecho el equívoco, al profesor no le dijeron ni perdón…
Otras veces se arrastra a un respetable profesor septuagenario digno de toda estima y libre de toda culpa ante el tribunal disciplinario: a una muchacha que iba perdiendo la asignatura la amiga militante le aconseja acusar al profesor de acosador para no perder los créditos. Si este discurso fuera justo y ético, reconocería la responsabilidad y censuraría a los culpables también en estos casos, pero no lo hace jamás porque no es autocrítico, ni es coherente, ni es realmente ético sino que solamente finge serlo. ¿Esto no nos debería preocupar, que al profesor que está ya coronando una carrera sin tacha le puede dar un infarto al verse ninguneado y tratado como delincuente cuando no lo es? ¿Quién responde por todos estos errores, producto del carácter rudimentario y esquemático del juicio, y que a veces acaban literalmente con la vida de la persona y otras la dañan definitivamente? Al final, una vez deshecho el equívoco, al profesor no le dijeron ni “perdón”. A mí me duelen y me inquietan los casos de violencia de género, como a ustedes, pero también me duelen estos otros casos provocados precisamente por el discurso que debería evitarnos la violencia, no traernos más de lo mismo. Son muchas, demasiadas, las preguntas que este discurso no se plantea. ¿Es femenino publicar, exhibir la intimidad ajena? ¿Es absolutamente necesario, o llega a convertirse en morbo, crueldad y goce perverso con el dolor ajeno? ¿Aporta esto realmente algo? ¿A quién le debería dar vergüenza: al escarnecido o al escarnecedor? Si no fuera sesgado, maniqueo y antiético, este discurso, en todos estos casos también pondría el grito en el cielo: ¡Nunca Más! Ni uno más! Ni una más! Pero calla, solo ve lo que le conviene y solo hace justicia cuando le conviene, es decir, NO hace justicia.
»Mi causa no es ni una persona en concreto, ni un género en concreto. Lo que defiendo es el pensamiento crítico, libre, autónomo en nuestra universidad».
Por último, el carácter maniqueo y simplificador de este discurso se hace patente en lo esquemático, reductor y estereotipado de la situación que siempre plantea: un denunciante, que siempre es víctima en un ciento por ciento y tiene la razón en un ciento por ciento, y dudar de esto está prohibido. No existe el otro, ni la razón del otro. Y así como se idealiza a la supuesta víctima, así se sataniza y deshumaniza al supuesto victimario y se le desacredita totalmente desde un principio. Una vez eliminado el diálogo y la razón ajena, el juicio es fácil. Pero la falta de análisis y de perspectiva, de contexto, la miopía del planteamiento conduce a menudo a confusiones, arbitrariedades, exageraciones que traen más sufrimiento que justicia. La narrativa mediática sobre el caso del profesor Ruiz ilustra muy bien este carácter maniqueo del discurso mediático de género que idealiza a los que identifica como víctimas y sataniza al que considera victimario. Hace tabula rasa del contexto, pierde de vista los matices.
Y por favor no crean que defiendo a una persona, a la que no conozco siquiera, ni me apliquen la tópica intimidación del discurso de marras, como se acostumbra, sino que me avergüenza que en la Universidad Nacional de Colombia de la que estoy tan orgullosa y que veo como un reducto del pensamiento crítico, se está procediendo de manera tan irreflexiva, deshumanizando y culpando en un ciento por ciento al profesor de una situación muy lamentable y también muy compleja, por la cual él no es el único responsable, en vez de quitarse los anteojos de este discurso y analizar a fondo este asunto para solucionarlo con verdadera humanidad y ética y así, tratar de que no se repita. Mi causa no es ni una persona en concreto, ni un género en concreto. Lo que defiendo es el pensamiento crítico, libre, autónomo en nuestra universidad. Soy mujer y como a ustedes, profesoras, me indigna el machismo, pero veo con horror que con este discurso masivo de género, la cura nos sale peor que la enfermedad. Pareciera, según este discurso, que una no puede ser mujer sino de acuerdo a sus patrones estereotipados. Para mí, ser mujer es ser libre y pensante y dentro de estas casillas no se puede pensar, hay que liberarse de ellas y más bien, en nombre de la universidad y de la academia, poner en el muro de la infamia este discurso de segunda mano que es una vergüenza y construir un nuevo discurso crítico y plural ».
Saludos cordiales,
Diana Nicoleta Diaconu
Profesora Literatura Universidad Nacional de Colombia