En el escenario de las guerras de Centroamérica en la década de los 80 del siglo pasado, Honduras jugó un papel fundamental dentro de la estrategia del gobierno estadounidense para sofocar la revolución sandinista en Nicaragua y evitar el avance de la guerrilla salvadoreña que tenía en jaque al gobierno fuertemente respaldado por Washington. En ese marco, altos mandos de la administración Reagan llegaron a catalogar al país como un “portaaviones insumergible” dado el alto grado de penetración militar gringa, representado especialmente en la base aérea de Palmerola, conocida también como José Enrique Soto Cano, la más importante y estratégica de las varias que tiene en tierras hondureñas el Tío Sam. Esa presencia militar se mantiene en la actualidad como pretexto en la llamada guerra contra el narcotráfico y es una verdadera espada de Damocles para el pueblo hondureño.
En 2009 un golpe de estado “blando” desalojó del poder al entonces mandatario Manuel Zelaya, conocido popularmente como “Mel” por promover medidas de justicia social, mostrar signos de independencia frente al imperio y por acercarse a la propuestas latinoamericanistas de Hugo Chávez. La ruptura del orden constitucional, con detalles tan rocambolescos como la sacada de Mel en piyama a altas horas de la noche, sin darle tiempo ni siquiera de ponerse ropa de calle, pasó de agache en la OEA y en general en América porque en el fondo fue promovida por el gobierno de Estados Unidos y difícilmente el organismo que un reconocido líder argentino-cubano llamó en su momento “ministerio de colonias se iba a pronunciar de manera contundente contra ese hecho.
Desde entonces el país entró en una crisis profunda que ha agudizado los de por sí altos índices de pobreza y corrupción. Por algo un porcentaje muy alto de la población no ve otra salida que emigrar a Estados Unidos y el envío de remesas desde allá se ha convertido en el rubro más importante del ingreso nacional. Las caravanas de migrantes que emprenden un camino sembrado de riesgos a través de Guatemala y México en busca del “sueño americano” se ha vuelto parte del paisaje.
Como si fuera poco, el narcotráfico hace lo suyo y ha logrado penetrar las más altas esferas del estado, al grado que el propio presidente saliente es sospechoso de tener vínculos con los carteles de la droga. La oligarquía gobernante, en alianza con poderes trasnacionales prácticamente ha feriado los recursos naturales y tanto abiertamente la fuerza pública como en la sombra escuadrones de la muerte para impedir las protestas de los grupos campesinos, indígenas y ambientalistas que se oponen a la depredación. La víctima más emblemática es Berta Cáceres, líder de la comunidad lenga, asesinada en marzo de 2016 por su lucha en defensa del agua y de los derechos colectivos, en riesgo por la construcción de une hidroeléctrica.
Son entonces muy grandes los retos que enfrenta la nueva presidenta, Xiomara Castro, cabeza de una amplia coalición progresista, elegida por amplia mayoría el 28 de noviembre. Hay una especie de reivindicación histórica frente a la expulsión de su esposo, Zelaya, doce años atrás. A la vez se expresa la esperanza de un cambio democrático en beneficio de las mayorías populares y un deseo de superar las complejas situaciones ya mencionadas.
La aceptación de su victoria por parte del candidato gobiernista, que incluso fue a visitarla a su casa, así como el reconocimiento por parte del gobierno y de los observadores electorales de que la elección fue limpia y transparente, contribuye a este aire de optimismo. Igualmente, el pronunciamiento del gobierno norteamericano, a través del secretario de estado, Antony Blinken, que también saluda la elección y la transparencia del proceso. A pesar de que la ruptura que interrumpió el mandato de Zelaya se dio durante la presidencia de Obama, de la cual era su vicepresidente Biden, el respeto a la decisión del pueblo hondureño es una buena oportunidad para resarcirse del daño que se le causó a la democracia.
Veremos si esta actitud constructiva se mantiene en caso de que las nuevas autoridades hondureñas empiecen a dar muestras de cambiar el statu quo tanto en el orden interno como en la relación con la superpotencia. Por supuesto nadie pide rupturas con los Estados Unidos, con el cual es necesaria la cooperación en muchos campos, especialmente en el migratorio y en lo del narcotráfico, pero sí es de esperar una actitud de mayor dignidad e independencia y un énfasis en la cooperación para mejorar las condiciones de vida locales a fin de que la gente no continúe emigrando en masa hacia Norteamérica. Durante la campaña la señora Castro dio señales de querer establecer relaciones con China Popular y promover las inversiones provenientes de ese país, lo que implica revertir el reconocimiento que tradicionalmente Honduras ha tenido hacia Taiwán, que curiosamente fue visitado por el mandatario saliente pocos días antes de las elecciones presidenciales. Así mismo, esto puede crear tensiones con los Estados Unidos, que no ve con muy buenos ojos la presencia china en el continente.
Igualmente, en lo interior, la lucha contra la pobreza implica necesariamente afectar los privilegios de las oligarquías y esto probablemente haga que se intente bloquear la acción del nuevo gobierno.
Otro elemento importante, tal vez la prueba más ácida, es la posición que asuma frente a las llamadas Zonas de Empleo y Desarrollo Económico-Zede-conocidas como “ciudades modelo”. Se trata de un proyecto, ya convertido en ley, en el cual prácticamente al crearse unas zonas con autonomía casi total para el capital y la inversión, que tienen sus propias normas, tribunales, policía y tributación propios. Prácticamente van más allá del concepto de paraísos fiscales en los que no solamente se refugie el dinero sino donde también podrían buscar protección los delincuentes de cuello blanco y se convierten en “repúblicas independientes” en las que se pierde soberanía y se fracciona el territorio y se da vía libre al capital.
En buena hora se abren posibilidades de cambios progresistas en otra nación latinoamericana y se muestra la necesidad y posibilidad de superar modelos que han traído más injusticias y desigualdades en América Latina. ¡Buen viento y buena mar para la nueva administración en la patria de Morazán!
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