Las historias están condenadas a repetirse. Una, y otra y otra vez, como el infinito. En otro lugar, otro colegio, otro municipio, otro año; pero siempre es la misma historia.
Les contaré que ocurrió y porque este tema me indignó mucho. Precisamente hace un mes, se viralizó la niña Salomé Vergara del colegio Liceo Pedagógico Madrigal de Bogotá. Resulta que la niña grabó un video en donde las directivas de la institución no le permitieron ingresar al colegio por no tener los tenis del uniforme.
Resulta que yo viví la misma situación en el año 2010 en la institución educativa donde me gradué, en un colegio departamental de Cundinamarca. Recuerdo mucho, que los tenis del uniforme se me habían roto y debía esperar que mamá los pudiera comprar.
En aquel año la situación era muy compleja en casa, éramos 4 hijos y una madre sola, que debía velar por la educación de todos. La institución siempre fue muy estricta con el tema de la presentación personal, que, aunque era un pueblo, no estábamos exentos de las modas extravagantes de aquella época.
Pero todo tiene una razón de ser, también existen límites que sobrepasan lo normal y rompen lo establecido. Un día no tenía los tenis del uniforme, y sabía lo que podía ocurrir si me presentaba con otros tenis.
Sin embargo, a mis 16 años, sabía la responsabilidad que tenía conmigo mismo y lo que significaba perder algunas clases. No era el mejor estudiante, creo que tampoco fui el favorito de mis docentes, no fui el más indisciplinado o rebelde. Simplemente un estudiante promedio.
Pero estudiar y estar en el colegio para mí, era muy importante. Así que me puse los estúpidos tenis negros y llegué a la institución.
Muchos presenciaron el momento, algunos lo recuerdan y pocos percibieron lo que en realidad pasaba. Recuerdo a la coordinadora sacándome de la fila, hablando de manuales y observadores.
Ese día se quebró algo en mí. Fue la primera vez que levanté la voz, la primera vez que reaccioné a algo y pude expresarme sin miedo ni prejuicios. Ese día, fui un mal estudiante.
Jamás me preguntaron, ¿por qué reaccioné de esa forma? Nadie vio lo cansado que estaba de los abusos de las personas que se consideraban superiores a mí, nadie vio que me sentí humillado. Como si las cosas que yo hacía por la institución, por mis compañeros, no sirvieran de nada.
Ese día, recuerdo que me quité los tenis negros, miré a la coordinadora y dije: Entonces entraré descalzo, y caminé por el colegio con los tenis al hombro.
Ni me acuerdo de lo que pasó después, supongo que llamaron a mi mamá y ella buscaría dinero para resolverlo. Ella siempre resolvía todo.
Cómo es posible que hoy, 12 años después, siga ocurriendo lo mismo. Que estos profesores no sientan empatía con los niños, que los manuales estén por encima de la dignidad. Es lógico que debe existir un reglamento, que los uniformes son necesarios porque fomentan la igualdad para todos.
Pero existen casos. Salomé, una niña de 10 años, no lleva el uniforme incompleto a un colegio que recién conoce, porque le da gana. Precisamente este año, la economía nacional esta vuelta mierda, muchas familias no tienen para un lápiz.
Cuántos niños deben estar pasando por lo mismo que yo viví, por lo mismo que Salomé vivió. Dejando de comer por complacer a las directivas de los colegios. ¡Ya basta! De normas estúpidas tenemos que hacerlo diferente y creer en los niños, en los jóvenes.
En mi corta vida he aprendido que las normas generan represión y causan abuso y esa no es su finalidad. Cómo vamos a exigir a una sociedad el respeto, la tolerancia, si desde pequeños nos enseñan a vivir con miedo, a reprimirnos, a ser hipócritas. Nos enseñan que por encima de la dignidad están unos malparidos zapatos.
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