Hoy hablaremos de ese caldo popular el cual lleva diferentes ingredientes según las regiones de nuestro país; carne vacuna, porcina, de pescado o de pollo, yuca, ají, cebolla, papa, plátano y mazorca. Ese sancocho tradicional que invocamos cada vez que llegan las fiestas patronales, los cumpleaños de algún familiar, día de la madre, día del padre, diciembre, semana santa, paseo de olla, ollas comunitarias y sosiego para el hombre en medio del conflicto armado.
En las zonas apartadas del país, uno se topa con mucha comida en el monte; plátano, yuca, bore, ñame, tabena y demás tuberculos… ¡Ah!, no puede faltar el cilantro de monte y la proteína (gallinas, pescados, zarigüeyas, chigüiros y hasta boas) para darle sabor a nuestro sancocho.
En el monte, no hay dios ni ley, cito una reflexión del libro Finalmente la vida es una historia que contar de mi amigo Héctor Castaño “La inteligencia de la que tanto nos ufanamos nos hace el más cruel de los animales, sumamos la inteligencia a los instintos primarios. A menudo se mata por placer, matamos por una opinión, por una creencia, se disfruta produciendo miedo, humillando a la víctima, destruyendo su espíritu y dignidad” en Colombia hemos vivido en guerra siempre, degradándonos como especie. Los enfrentamientos entre grupos armados en esos territorios te llevan a sortear la vida en medio de una geografía difícil. El tema de la comida lo pone a uno a meditar después de un cruento enfrentamiento o después de una caminata extensa -desplazamiento forzado- para salvaguardar tu vida y la de tu familia; tanto soldados, como guerrilleros, paramilitares y campesinos han calmado el hambre con un sancocho preparado con los ingredientes que les mencione en el párrafo anterior.
Alrededor de un buen sancocho, confluyen sentimientos, recuerdos y hasta ideas. Para la mayoría de los que viven en medio de la guerra, ese sancocho simboliza el estar sentado otra vez en la mesa del hogar, el sabor relacionado con la familia, ese sancocho te da fortaleza para continuar ese camino agreste, sin saber cómo será el mañana -si vives o mueres-.
Era el año 2003, se ponía en marcha la operación Libertad I, primera fase del Plan Patriota en Cundinamarca y la entrada del grupo paramilitar Autodefensas Unidas del Casanare, se cometieron crímenes de lesa humanidad contra los Viotunos, la mayoría de las víctimas que hacían parte de organizaciones sociales campesinas fueron masacradas -entre ellos, el esposo de mi tía-.
En la vereda de Puerto Brasil, Lagunas, Mogambo y Alto Palmar se oía el run run de que iba a llegar el ejército a Viotá, ya que eso hacia parte de los grandes operativos del Plan Colombia, por lo tanto, iban a traer “seguridad” a los campesinos porque allí se encontraba el guerrillero más temido de Cundinamarca “El Negro Antonio” … Se sentía un alivio. Esa voz a voz empezó desde diciembre del año 2002. Para en marzo de 2003, los más temidos y aguerridos guerrilleros se fueron como si se los hubiera tragado la tierra, dejando a los líderes campesinos desprotegidos enfrentando a otro temido enemigo, las AUC -eso sí, para cobrar vacuna, asesinar y violar, ahí estaban los temidos guerrilleros comandados por el Negro Antonio- Otro hecho de violencia que quedaría marcado en mi vida.
Era la 1:00 pm y subía el carro que traía a la gente del pueblo para las veredas, el señor que conducía el carrito, bajó agitado la remesa que le habíamos encargado y dijo que subía el ejército, que tuviéramos cuidado… ¿ejército? ¿por qué tenerle cuidado, acaso ellos no protegen al pueblo?, esas y otras preguntas me hacía en medio de mi ingenuidad. A la media hora se escuchaba ladrar los perros de las fincas, los gritos de las mujeres eran alaridos de temor y yo seguía sin entender que pasaba. Llegó el padre de mi hijo a sacar documentos que tenía guardados en la casa y los quemó -imagino que debieron ser documentos que lo comprometían- al ver tanta desesperación y sin musitar palabra, alcé a mi hijo que en ese entonces tenía nueve meses, me disponía a servir el almuerzo, cuando por la cocina observo un grupo de hombres encapuchados con brazaletes que los identificaba como AUC, llevaban a dos jóvenes amarrados del cuello y de las manos con lazos, estaban muy golpeados, pasó otro grupo y al lado de ellos llevaban a una jovencita -todos conocidos en la vereda-.
Salí de la casa y escucho más y más gritos, golpearon a los vecinos, al padre de mi hijo, y yo con mi bebé en brazos quedé en shock, no sabía qué hacer… uno de ellos se acercó a mí, miro fijamente a mi hijo, luego giro su mirada hacia mí y me dijo “tienen que salir de acá porque todos son objetivo militar”. Creíamos que no se iban a quedar, que seguirían su camino, pero ¡no señores!, se estacionaron en la finca de un familiar mío. En eso de las 7:00 pm empezó la romería, fue eterna… en esa finca torturaron a esos dos jóvenes que llevaban amarrados, a la chica se la llevaron con ellos, meses después supe que todos los de ese grupo la violaron y la dejaron abandonada en Bogotá.
Al otro día nos reunimos varias personas y emprendimos marcha rumbo al pueblo, no había nada más qué hacer. Empaque lo necesario para mi bebé y no podía dejar a Mateo, mi fiel compañero motoso, así que le corte el pelo porque el camino era lleno de rastrojo y monte. Llegamos a las 6:00 pm al pueblo, llegaban carros repletos de gente -yo no tuve la suerte de haber bajado en carro, ya que vivía en una de las veredas donde estaban acampando los paramilitares- fue una caminata extenuante, mi pobre Mateo tenía sed, mi bebé tenía hambre, muchas personas tuvieron el tiempo de traer guarapo y ofrecían a las personas que no traíamos nada… y ¿ahora qué?
Todos con hambre física y emocional, pero había que calmar primero el hambre del estómago; en la iglesia, en la plaza, en las casas del pueblo, todos estaban unidos en apoyar a los campesinos que llegamos al pueblo, desplazados por la violencia, todos reuniendo la papa, la yuca, el plátano, las gallinas -los que pudieron traer gallinas las donaban- para preparar el sancocho y poder saciar el hambre de los niños, ancianos, hombres y mujeres.
¡Manos a la obra!
Las mujeres preparaban el sancocho, los hombres arreglaban los cambuches para poder descansar, en medio de la desesperanza se consolidaba la fortaleza para seguir adelante, alrededor de la olla se gestaba la unión de un pueblo golpeado, se organizaba el cooperativismo para apoyarnos entre todos y resistir. El sancocho calmaba el hambre y nos daba ese sabor de lucha y persistencia, el sabor de que aún hay tiempo de ser razonables dentro del círculo de violencia al que nos ha llevado las mismas familias que siempre nos han gobernado, el sabor de la alegría en medio de la tristeza, el sabor de las lágrimas que claman justicia, el sabor de sabernos humanos alrededor del sancocho
Así que…
Barriga llena, corazón en pie de lucha…