Entre las anomalías educativas que sufre Colombia, además de la más destacable, que es la ausencia de una educación pública de calidad que asegure la formación del ciudadano para garantizar la mayor igualdad de oportunidades posible, está la no existencia de Historia como asignatura independiente en los planes de estudios colombianos. Se trata, sin lugar a dudas, de un error clamoroso y un crimen contra el desarrollo de las personas. Supone la amputación de uno de los principios elementales de la evolución del ser humano en la Historia, en los que el conocimiento debía salir de los monasterios, primero, y ser accesible al común de la población, después. Renacimiento, Ilustración…
Esta situación anómala es especialmente grave. Desde 1984 la Historia dejó de ser una asignatura independiente en las escuelas del país. Quedó integrada en la de Ciencias Sociales, materia en la que se daba por igual Geografía, Democracia o Constitución Política. Se trata de una calamidad entendiendo que por sí sola, cada una, requiere de un espacio profundo. Una calamidad habitual en el desprecio continuo hacia las Ciencias Sociales por no tener una productividad económica tan directa. Nadie se imagina una asignatura llamada Ciencias Exactas en las que impartir en una misma materia Matemáticas, Biología, Química, Física… Considerar al ser humano y su formación como una mera máquina de hacer dinero es una aberración que atenta a la propia evolución histórica. Toda producción desligada del pensamiento es contraria al progreso social. Ejecutar acciones sin saber qué se ejecuta en realidad. Analfabetos funcionales.
La decisión de suprimir la Historia como asignatura propia en 1984 contó el apoyo de la UNESCO, especialmente de asesores soviéticos, probablemente en un intento de combatir la hegemonía cultural estadounidense en América Latina. Eran años en los que Estados Unidos había abandonado la organización al oponerse al citado informe MacBride, que reclamaba mayor soberanía comunicacional para los países del Sur frente a la dependencia que sufrían del Norte, en el caso americano especialmente de los medios y agencias estadounidenses. Pero la Historia no debe pertenecer ni a Estados Unidos ni a la URSS. La Historia sólo pertenece a sí misma.
De hecho, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por Naciones Unidas, organismo a la que pertenece la UNESCO, posee en su artículo 26.2 lo siguiente: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”. La ausencia de la Historia como materia propia y reglada en Colombia es, claramente, contraria a los derechos humanos, puesto que es imprescindible para el desarrollo de la personalidad de la ciudadanía.
Este vacío ha supuesto que 37 promociones de estudiantes en Colombia estén carentes de estudios en profundidad sobre la Historia. Promociones que equivalen, nada menos, que a 37 años. Una cifra escalofriante. El Gobierno de Juan Manuel Santos trató de paliar esta situación con la promulgación de la Ley 1874, el 27 de diciembre de 2017, que aprobaba la vuelta de la Historia a los planes de estudios. Un canto que se ha quedado orillado en el aire. El Gobierno de Iván Duque, al igual que hiciera con los importantísimos Acuerdos de Paz de 2016, no ha sido capaz de impulsar de manera definitiva aquella ley. Apenas en 2020 una comisión parecía tener fuerza. Pero 2022 ya asoma la pata en el almanaque. La educación debe salir de las esferas de los gobiernos puntuales. La educación está por encima de todo eso: es una cuestión de Estado.
Por todo ello, la reimplantación de la Historia como asignatura debe ser vista como una oportunidad y su encaje ha de hacerse desde un organismo independiente, autónomo, como debería hacerse con todos los planes de estudios para evitar vaivenes continuos en función de las singularidades de cada gobernante. La premisa más básica en la educación es, por encima de todo, permitir que el ciudadano piense por sí mismo de manera crítica. Esta premisa está fuera de ideologías, de sensibilidades. A través de la educación un ciudadano ha de formarse para ser crítico con su polis, esa concepción griega de la ciudad que lo era todo, también la sociedad. La Historia es imprescindible en ello.
El aprendizaje de la Historia es una herramienta poderosa que ofrece al pueblo colombiano otra vía para empoderarse, para obtener soberanía con un relato histórico que no sea eurocentrista ni tampoco occidentalista. Colombia no puede desconocerse a sí misma: debe reconocerse en su Historia, aprender del pasado para su aplicación presente y camino futuro. Es difícil saber hacia dónde se va sin conocer de dónde se viene. Pero este conocimiento histórico no puede ser producto de una línea positivista, no puede quedarse en una sucesión de fechas y de nombres. Ese conocimiento es necesario, pero también peregrino, porque no empodera el pensamiento. El estudio histórico exige una perspectiva estructural capaz de interconectar factores, elementos, conocimientos e ideas. El análisis de la Historia requiere causas, consecuencias, miradas complementarias procedentes de otras Ciencias Sociales. Por supuesto debe ser didáctica, pero sin que eso signifique abandonar una pretensión de complejidad. La Historia no es un ente abstracto. Está viva, fluye, tiene preguntas, tiene respuestas, tiene interpretaciones. El estudio histórico requiere un análisis crítico para su comprensión.
Pero además de eso, la Ley 1874 de 2017 recoge la reimplantación exclusiva de la asignatura de Historia de Colombia. Esto es un paso insuficiente. Colombia no es un elemento que perviva per se. Las influencias recibidas a lo largo de su historia requiere que la mirada salga de las fronteras para acudir a Grecia, a Roma y, en definitiva, a otros periodos históricos de los que procede parte de la cultura actual. Se requiere, por tanto, el estudio de la Historia desde los primeros seres que habitaron la tierra. Ésta no es una situación excluyente, ni mucho menos, con conocer al detalle la historia más puramente del país, pero ése conocimiento debe ser complementado. La Historia nunca sobra, siempre es necesaria.
Hay quien afirma que la máquina del tiempo no existe, pero esto no es del todo cierto. Viajar por el tiempo es barato y sencillo: un libro de Historia. Entre sus páginas el lector podrá viajar al lugar de la lectura. La Historia guía. Sin Historia no hubo revoluciones. Sin Historia no hubo progreso. Sin Historia no se hace historia. Los pueblos que no conocen su historia se quedan sin memoria. Sin memoria existe la amnesia. Sólo hay olvido. No queda nada. Con amnesia es posible la esclavitud aunque esté abolida. Quien ignora la historia está condenado a ser esclavo.
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