Desde hace más de un mes, tras las elecciones presidenciales, miles de personas se manifiestan en Bielorrusia contra la dictadura de Lukashenko. ¿Qué pasará?
“Es terror, el terror contra su propio pueblo” (Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura).
Cientos de miles de personas se movilizan desde hace más de un mes en Bielorrusia —la Rusia Blanca según su etimología—, desde las elecciones presidenciales del 9 de agosto de 2020, contra la dictadura de Aleksandr Lukashenko, quien con fraude y represión se declaró por sexto periodo consecutivo vencedor con más del “80 % de los votos a su favor”, 26 años ininterrumpidos en el poder. Los que osaron apostarle a una apertura democrática sometiendo su candidatura al respaldo popular en las urnas o están en el exilio o están presos. Por la presidencia competían seis candidatos, pero el gobierno detuvo a dos de los más opcionados: Víctor Babaryko y Serguei Tijanovski, en tanto la Comisión Central Electoral anuló sus inscripciones. Las encuestas oficiales daban por reelecto al dictador, las encuestadoras independientes daban como posible ganador a Babaryko. Tijanovski fue reemplazado por su esposa, Svetlana Tijanovskaya. Según los resultados oficiales, Lukashenko habría obtenido el 84.10% de la votación y Tijanovskaya el 10.12.
Svetlana Aleksiévich, premio nobel de literatura, teme ser la próxima víctima de la represión de Lukashenko. De las 7 personas que encabezaban el Consejo de Coordinación que reclamaba un diálogo para que se convocaran nuevas elecciones es la única que sigue resistiendo en su país. La premio Nobel ha hecho también un llamamiento a la solidaridad internacional: “¿Por qué callan? Escuchamos solo esporádicas voces de apoyo. ¿Por qué callan cuando ven que pisotean a un pueblo pequeño y orgulloso?”.
El miércoles 9 de septiembre fue arrestado en Minsk el abogado Maxim Znak, integrante del presidium del comité opositor. El lunes 7 de septiembre hombres de negro golpearon y metieron en una camioneta a María Koleznikova, reconocida opositora, luego quisieron deportarla a Lituania, pudo romper su pasaporte y escapar de sus verdugos tirándose del carro en el que la movilizaban, fue apresada y hoy es una más de las decenas de presos políticos del régimen, acusada de “intentos y llamadas públicas para tomar el poder”.
Conocí a María Koleznikova y a Svetlana Aleksiévich en Minsk terminando la primavera del año 2010, como responsable de misión de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) junto con otros dirigentes de la oposición política a la dictadura de Lukashenko. Llegué a Bielorrusia en misión clandestina, después de que me otorgaron visa como turista en la delegación diplomática en Bruselas. Visité el país en solidaridad con el Centro de Derechos Humanos Viasna, asociado a la FIDH, que era objeto de persecución por el gobierno.
Mientras esperaba la visa me interesé en conocer más sobre la república que visitaría. Bielorrusia tiene aproximadamente 200 mil kilómetros cuadrados de área y poco más de nueve millones de habitantes, comparte fronteras con Rusia, Ucrania, Lituania y Polonia. Su ubicación geográfica ha hecho que muchos de los grandes poderes vecinos lo hayan tomado como eslabón en las luchas regionales y mundiales. En la Segunda Guerra Mundial fue el primer punto atacado en la Operación Barbarroja en 1941 cuando las fuerzas de Hitler invadieron sorpresivamente la Unión Soviética. Dentro de la gran cuota de sacrificio de los soviéticos, proporcionalmente la mayor parte la sufrió Bielorrusia pues pereció la tercera parte de la población (dentro de esas víctimas cayó la totalidad de las personas de origen judío del país).
Los bosques, que cubren gran parte del territorio, fueron escenario de grandes matanzas, así como el espacio para la resistencia de guerrilleros patriotas que jugaron un rol destacado en la lucha contra el invasor. Fue tan castigada, ya que permaneció bajo el yugo nazi hasta comienzos de 1944, que fue destruido el 85% de la industria y arrasadas 209 de las 290 ciudades existentes en esa época. El impacto sobre la economía fue tal que solamente en 1971 se logró recuperar el nivel de producción de antes del comienzo de la conflagración. En 1994 salta a la escena un personaje conocido por su desempeño como campeón de sambo, una modalidad deportiva de defensa personal, así como por haber sido oficial del Ejército Rojo y el único diputado bielorruso que votó contra la disolución de la Unión Soviética tres años antes. En la primera elección presidencial de la nueva república fue elegido Alexánder Lukashenko, que había jugado un papel importante como presidente del Comité Parlamentario contra la Corrupción.
El mandatario, que se reconoce como “autoritario” ha copado el escenario político durante los 26 años que lleva gobernando y cuenta con un parlamento completamente leal en el que ha impedido que tengan representación sus opositores. El historial de Lukashenko en materia de irrespeto a los principios democráticos es legendario y desde sus inicios se ha destacado por las severas restricciones al ejercicio de la oposición y a la libertad de expresión. Su reciente exhibición descendiendo de un helicóptero con un fusil en la mano y, su mano dura con la oposición son de por sí demostración elocuente de su política férrea contra la disidencia, sobre lo cual, por lo demás ha sido bastante explícito cuando dice que hay que tratar a los opositores como terroristas y “torcerles el cuello como a un pato”.
No en vano su país es el único en Europa que tiene vigente en su legislación la pena de muerte, los hermanos Stanislau e Illia Kostseu, de 19 y 21 años, respectivamente, fueron condenados a la pena capital el 10 de enero de 2020, acusados del asesinato de su vecina.
Trampa en una larga noche en Minsk
Al llegar al aeropuerto de Minsk me pareció extraño y me puso nervioso que la agente de migración, de cabellos dorados y ojos azules, le diera tantas vueltas a mi pasaporte y me mirara inquisidoramente, luego alzó un viejo teléfono y habló muy bajito para que no la entendiera, previsión innecesaria porque no hablo una palabra de ruso, mis manos empezaron a sudar y llegué a pensar que no me dejarían pasar y me enviarían de regreso. Luego de largos minutos que se me hicieron eternos, finalmente puso el sello sobre mi pasaporte y en un gesto poco cortés me lo lanzó y me indicó que siguiera.
Su hermosura reñía con su falta de empatía. Mi misión clandestina había empezado mal. Por fortuna al salir del aeropuerto me encontré con mis amigos de Viasna, me llevaron al centro de Minsk atravesamos la Plaza de la Victoria, con edificaciones en círculo y grandes letras rojas sobre sus techos, pregunté su significado me respondió uno de ellos con cierto tono desconsolado «La heroica deuda del pueblo es inmortal». Desde el aeropuerto miraba por el retrovisor del viejo carro de origen soviético si nos seguían o no. Luego de estacionado el vehículo en el centro de la ciudad seguía mirando hacia atrás, para corroborar si nos seguían o no. Me llevaron directo a una oficina pequeña en un edificio en remodelación para hablarme de la agenda.
Luego me invitaron a cenar comida bielorrusa, Draniki, el plato más típico y popular preparado con papas y cebollas ralladas, acompañadas de tocino, champiñones y queso. Mientras me hablaban de los presos políticos, de la censura de prensa, de la persecución contra Viasna, nos bebimos dos cervezas alivarias, bielorrusas y al finalizar me ofrecieron un largo trago de vodka de Minsk. Me había sentado, como siempre hago mirando hacia afuera, pensando de tiempo en tiempo que podrían entrar los agentes de la KGB a arrestarnos. Notaban mi preocupación y me tranquilizaron afirmando que si me habían dejado entrar no nos arrestarían.
Ya agotado me llevaron a un viejo hotel de Minsk, herencia del régimen estalinista, donde la única ventaja es que la recepcionista hablaba castellano perfectamente porque había vivido en Cuba, me enteró que allí se reciben muchos turistas españoles y latinoamericanos. Me instalaron en un quinto piso en una habitación oscura, llena de cortinas rojas antiguas y una cama doble con cobijas y sábanas blancas que olían a limpio, lo que me tranquilizó. La puerta no tenía visor, no había televisión, ni teléfono en la habitación.
Cuando me disponía a dormir, de repente golpearon en mi puerta, tres veces con golpes suaves, sin abrir pregunté quién era y me respondió una voz meliflua, de niña a la que no le entendía nada. Abrí la puerta y la joven irrumpió en mi habitación, una hermosa jovencita que debía frisar los quince años, vestida con una minifalda una blusa escotada, una gran sonrisa y un rostro puro, blanco con grandes e intensos ojos, también azules. Se sentó en mi cama y en un chapurreo de inglés apenas inteligible me dijo: “Sex wit yu, tweni dólar”.
Sin dejarle articular más palabras, con una mezcla de asombro y temor unidos con compasión hacia la joven que a tan tierna edad se veía en esos avatares, logré levantarla con suavidad y con determinación la saqué fuera de mi habitación, diciéndole no y good bye, good bye. El resto de la noche no fue, desde luego nada tranquilo y apenas pude tener pequeños intervalos de sueño porque era muy fundado el temor de estar siendo objeto de un montaje de los órganos policiales. Pensé que llegaría la KGB de mano de la niña y ya me había arrestado con mi foto en los titulares en los diarios “arrestado pederasta colombiano, que pretendía ser defensor de derechos humanos”.
Afortunadamente no pasó lo que temía y cuando al día siguiente les conté a mis anfitriones el episodio, me respondieron que había actuado bien porque efectivamente podría tratarse de una maniobra de los servicios secretos que hubiese podido terminar con el fin no solo de la misión, sino también de mi vida como defensor de derechos humanos. Recogí mis cosas y me llevaron a una pensión íntima y pequeña, iluminada cuya propietaria hacía parte de la oposición política.
Mi misión se centró en ir de una oficina a otra, en edificios de la era soviética en reconstrucción, a veces dando muchas vueltas para evitar ser seguidos. Monumentos a Lenin, el hermoso mural soviético de la estación de metro Frunzienskaja que muestra el vigor revolucionario de la clase obrera, corriendo mucho, cambiando de vehículo con frecuencia y en ocasiones utilizando el metro y el tranvía. En cada reunión con los opositores al régimen la misma naturaleza de las denuncias, ausencia total de libertades, prisión o deportación para los que criticaran al gobierno. Todo el poder del Estado concentrado en un hombre, quien votó en contra de la desintegración de la Unión Soviética porque aspiraba a ocupar el lugar de Stalin.
Mi juramento de Kurapaty
Mis anfitriones me llevaron a las fueras de Minsk, boscosa, en una mañana soleada, el sitio se llama Kurapaty, no me dijeron que era me dejaron descubrirlo por mí mismo. Grandes cruces de madera, epitafios bien cuidados y mientras recorríamos en silencio el camposanto encontramos un grupo de ancianas que limpiaban unas fosas. Me presentaron con ellas, defensor de derechos humanos de Colombia, las bellas ancianas de largas cabelleras blancas, unas trenzadas otras que dejaban caer como cascadas sobre sus hombros sus hermosos cabellos plateados, me rodearon, con mi interprete al lado, tendrían un promedio de ochenta o más años, me hablaron que en este lugar sus padres o sus abuelos, poetas, ingenieros, artistas por oponerse a Stalin habían sido víctimas de la Gran Purga, ejecutados allí por miles entre 1937 y 1941 por la policía secreta soviética, la NKVD.
También estas hermosas damas, que se resistían a ser doblegadas por el peso de los años, tenían ojos azules, que se anegaron de lágrimas recordando a los suyos. Al terminar su doloroso testimonio con la resistencia que tuvieron que hacer para evitar que Lukashenko destruyera el lugar pasando una autopista por encima, me hicieron jurarles mientras me abrazaban y me besaban mis mejillas y se mezclaban sus lágrimas con las mías, que no les olvidaría, que no olvidaría aquel lugar y que testimoniara donde me fuera posible sobre los crímenes del estalinismo.
Se los juré y me despedí todavía con lágrimas en mis ojos y en mi corazón. Mis anfitriones me dejaron acompañar aquel duelo solidario en silencio, mientras regresábamos a otro viejo carro gris soviético de puertas grandes. Fuimos hacia el norte de Bielorrusia atravesando muchos lagos a lo largo de la vía, a encontrar por último a mi amigo Ales Bialiatski, vicepresidente de la Federación Internacional de Derechos Humanos y fundador y líder de Viasna, quien me esperaba en otra reunión clandestina porque el régimen lo perseguía para arrestarlo. Mientras hacíamos el recorrido hacia la casa campestre en la que se refugiaba Ales, pensaba en Kurapaty y en aquellas nobles ancianas que morirán resistiendo contra el olvido y repudiando el autoritarismo.
Pensaba en cómo regímenes de izquierda y de derecha habían cometido crímenes imperdonables. Y como en el escenario vil de la política, partidos afines a una u otra ideología, condenan los crímenes que se cometen en el campo de los adversarios y se esconden o se ignoran o se hacen cómplices de los que se cometen en el campo afín. Tuve que sufrir esos escenarios en mi trabajo de incidencia en las Naciones Unidas, en la Unión Europea y en las asambleas de los Estados parte del Estatuto de Roma que estableció la Corte Penal Internacional. He hablado en muchas conferencias a lo largo y ancho del mundo de mi juramento de Kurapaty, con este escrito lo vuelvo a honrar.
Ales Bialiatski, un gladiador por las libertades
Finalmente, luego de dos horas de recorrido, llegamos a una granja sembrada en flores, rodeada de árboles, donde Ales nos esperaba con un gran abrazo, una sonrisa de oreja a oreja, también sonreía con sus ojos azules, con asado campestre y música alegre de Bielorrusia. Como me encontró con mi mirada nostálgica y un poco triste, me animó con un vodka y un brindis por las libertades, por mi Colombia acongojada aún por el gobierno autoritario de la “seguridad democrática” y para que pronto Bielorrusia pudiera superar la larga noche del dictador Lukashenko. Ales fundó Viasna en 1996 con el objetivo de brindar asistencia financiera y legal a los presos políticos y sus familias, en respuesta a la represión a gran escala de las manifestaciones por parte del gobierno. No se les permitió tener reconocimiento jurídico del Estado como organización no gubernamental de derechos humanos, no se les permitía recibir apoyo exterior, ni tener una oficina, así que el trabajo para documentar violaciones de derechos humanos lo tenían que hacer en la clandestinidad.
Me habló Ales del color azul de los lagos y de los ojos de la mayoría de los nacidos en la Rusia Blanca, para recalcar la hermosura de sus mujeres y de sus paisajes. Al despedirnos siendo un poco más bajo que yo y más delgado, me levantó del piso con abrazo de oso siberiano y me deseó la mejor de las suertes cuando le conté que regresaría a Colombia luego de casi 10 años de exilio, le deseé también mucha suerte para él, para los compañeros de Viasna y para el pueblo. Ya de regreso en Colombia, me enteré que, en las elecciones presidenciales del 19 de diciembre de 2010, Lukashenko se declaró ganador con el 79,67% de los votos frente al 2,67% del segundo, Andréi Sannikov, a quien había encontrado en Minsk durante la misión.
Denunciado el fraude Sannikov fue detenido con otros seis dirigentes de la oposición. Se extendió como ahora la represión a manifestantes, periodistas y miembros de organizaciones no gubernamentales. Luego las oficinas de Viasna como la casa de Ales Bialatski serían allanadas repetidamente por la KGB. Ales Bialatski fue citado al Ministerio Público que le advirtió que, como Viasna era una organización no registrada, el gobierno iniciaría acciones penales contra ella si el grupo continuaba funcionando. Ales fue detenido el 4 de agosto 2011 por agentes de inteligencia en el centro de Minsk, se resistió gritando para que los transeúntes fueran testigos de lo que podría ser una desaparición forzada “soy defensor de derechos humanos, soy Vicepresidente de la Federación Internacional de Derechos Humanos”.
El día siguiente, vi el video que se extendió por el mundo, Ales gritando, Ales resistiendo, mientras cuatro hombres fornidos, vestidos de negro le toman sus brazos y lo arrastran hacia una camioneta tirándole de sus piernas. Sentí rabia y dolor. Ales Bialiatski fue condenado el 24 de noviembre de 2011 a cuatro años y medio de reclusión en una colonia penitenciaria en régimen severo de aislamiento por sus actividades en defensa de los derechos humanos, sus bienes fueron confiscados. La oficina de Viasna también confiscada y sellada el 26 de noviembre de 2012. Con la FIDH iniciamos una campaña mundial por su libertad, todavía conservo con cariño una camiseta negra con su rostro blanco pintado reclamando por su libertad. Ales fue finalmente liberado el 21 de junio de 2014, luego de pasar casi tres años en prisión.
Acerca de la concentración del poder en Colombia o en cualquier lugar del mundo, recuerdo unas palabras de Lord Acton “todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. La juventud de Bielorrusia, su ciudadanía libre, se sigue movilizando contra la represión y por las libertades. Hagamos votos porque el pueblo del gran pintor Marc Chagall y de la Nobel de Literatura 2015 Alexandra Aleksiévich logre la convivencia, el diálogo y una solución pacífica a la crisis, hacia el pleno ejercicio democrático y de los derechos humanos. Que puedan ellos y nosotros salir de esta larga noche oscura del autoritarismo. Para finalizar, hago mías las palabras de Aleksiévich: “Nuestra experiencia vital es la de resistirnos a la violencia”, movilicémonos por la paz, la vida y las libertades.
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