Por: John Rodríguez Saavedra
Esto se trata de la existencia, de cómo somos tantos en uno mismo, de cómo nos cuestionamos al descubrir a esos otros en nosotros, de cómo reaccionamos al saber que hay una copia de nosotros que nos suplanta. Escrita y dirigida por el dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño (México, 1983), y montada con los actores y las actrices colombianos Carolina Ramírez, Laura Junco, Abril Schreiber, Juanita Cetina, Christian Ballesteros y Miguel González, El amor de las luciérnagas se estrenó en el Teatro Fanny Mikey de Bogotá el jueves 4 de agosto y estará en temporada hasta el 30 de octubre.
Una máquina de escribir maldita, viajes a Bergen, Noruega, y a Guatemala, un amor liviano, cruel y trágico, una relación rota y distante entre madre e hija, una amistad pura, inocente y honesta, entre otras cosas, forman el entramado de ésta obra que fue galardonada con el premio Bellas Artes Mexicali de Dramaturgia 2011 en México y que vuelve a poner en alto el tinte de humor en una tragedia, no para apocarla, sino para acentuarla.
Se ha dicho que el humor es uno de los rasgos más visibles de la inteligencia, y la obra de Ricaño es un claro ejemplo de eso. Pero el humor en el teatro, para que sea, para que brille, necesita actuaciones serias, contundentes, y este elenco lo logra de sobra. Y con actuaciones serias, contundentes, quiero decir que los actores y las actrices han construido a los personajes de tal manera que estén ahí desde el principio, en cada parte del escenario, que no se pierdan, que alcancen tal nivel de vida propia que uno piense que alguna vez se los cruzó en un calle en la noche.
Alejandro Ricaño nos dice que ya había estado acá (en Colombia), varias veces, con otros montajes, que la acogida ha sido muy amable, que la gente del Teatro Nacional ha sido muy profesional, muy generosa. Todo el mundo es muy amable acá, dice, que eso es lo que caracteriza al colombiano. Cuenta que conoció a los actores y a las actrices acá, que todos se prestaron para hacer el casting. Y al preguntarle sobre cómo cree que el arte (y en su caso, el teatro), aporta a la paz en un país como Colombia, cuenta que un amigo le decía que el teatro evitaba la guerra durante hora y media y que si doscientas personas van a ver la obra, es decir, a no hacer la guerra, eso ya es maravilloso.
El riesgo que los actores corren con textos exigentes como el del dramaturgo mexicano, es que por su alto carácter de teatro narrado, puedan distanciar la voz del cuerpo y hacerlos funcionar por separado, rompiendo así el ritmo de la historia, y matándola, pero este no es el caso. Los actores tienen tanto nivel que jamás pierden el ritmo, incluso cuando no se mueven, cuando están sentados, y en silencio.
Miguel González, actor de este elenco, dice: “Siempre estuve cruzado porque cuando presentaban algo de Alejandro (Ricaño), yo estaba actuando en otras obras, pero por fin coincidí con él en Manizales en 2011. Luego lo vi cuando vino a Colombia con Diego Luna a dar unas charlas académicas y ahí me di cuenta de que su trabajo era muy interesante, entre otras cosas porque se apropia de la realidad de su país desde eventos políticos y sociales y los empieza a poner en escena con un humor muy particular. Alejandro menciona algo muy interesante y es que el humor es un mecanismo muy útil para que, cuando la gente se esté riendo y abra la boca, ahí le metes la cucharada de aceite de ricino amargo para hablar de otras cosas que están debajo”.
La conexión de las actrices para no dejar que el personaje de María se disuelva, es impactante. A veces pareciera que estuvieran atadas por un hilo que las obliga a moverse sin perder de vista los movimientos de la otra. Y ni hablar de los actores: Ballesteros y González, cada uno en lo suyo, alcanzan la realización de sus personajes de una manera limpia, articulada. Por eso el conjunto se ve tan estructurado. Por eso, por ejemplo, las maletas, que junto con una silla, un par de teléfonos y las bombillas que hacen parte de la escenografía minimalista, pierden por momentos su función elemental para convertirse fácilmente en otras cosas.
Laura Junco, actriz de la obra, dice que ”encontrar a Alejandro, y a la obra, ha sido una experiencia maravillosa: lo que escribe, lo que logra que nosotros hagamos con el texto. Eso es increíble. He sido muy feliz con esta obra. Hicimos el montaje en un mes. Es un texto muy fácil de coger porque es la vida. Es la primera obra que conozco de Alejandro. Yo mantengo la esperanza de que el país salga de la guerra, y si las personas que vienen a ver la obra, pueden llevarse algo bonito en su corazón y entender que podemos salir adelante, es muy importante”.
Aunque es evidente que son los actores y las actrices quienes logran o no que la ficción del texto dramático se vuelva realidad, a veces eso no resulta. Pero acá sí. En las actuaciones se nota disciplina, trabajo, y seriedad: lo que uno ve en el escenario, definitivamente, es real, no caben dudas, y con eso, ya hay obra, ya hay teatro, ya hay arte.
Pero lo anterior, sin la rigurosidad de la dirección, tampoco hubiera podido darse. El trabajo de Ricaño, no sólo como escritor sino como director, tiene la lucidez de una locura cultivada, de una sensibilidad salvaje que te contagia y te desequilibra.