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La crisis que padecemos por motivo del Coronavirus ha evidenciado de manera diáfana lo frágil que somos como sociedad al momento de cuidar la vida humana (pues de la vida no humana ya lo sabíamos). Hoy, sin que aún lleguemos a la mitad del tiempo de la cuarentena y sin experimentar aún momentos de seguro más difíciles, los colombianos tenemos dos certezas principales: que nuestro sistema de salud es completamente ineficaz y que la desigualdad económica no es un frío indicador de GINI, que en verdad -por pleonasmo o perogrullo que parezca, es real.
No es algo nuevo el decir que nuestro sistema de salud no genere salud o que la desigualdad es un problema estructural de nuestro país. Muchos lo venimos diciendo por años. Pero creo, que como nunca antes, la población colombiana, en su conjunto, está viendo estas dos realidades de manera clara y evidente (que hasta ultraderechistas como Abelardo De la Espriella lo afirman).
Tenía que ocurrir una crisis para ver que lo urgente es realmente lo necesario, y que lo que se debe hacer ahora tuvo que haberse hecho antes. Caimos en la cuenta que la crisis no es una excepción sino que es la normalidad para muchos, miles, millones en nuestro país: no cuentan con servicio de salud oportuno y digno, y viven del rebusque y del día a día. Y que justamente por eso –pensamos-, las respuestas ante dicha crisis tanto de salud como de subsitencia económica no deberían ser solo de contención, de respuesta inmediata y pasajera por el lapsus que dure la crisis sino que deberían ser perdurables en el tiempo. Es de puro sentido común preguntarse: ¿Por qué dejar de hacer algo que sirve para salvar la vida?
Precisamente la crisis dejará instalado ese nuevo sentido común en dos aspectos fundamentales de nuestra organización social: la necesidad de cambiar nuestro sistema de salud y la necesidad de superar la pobreza económica. Porque nos damos cuenta que la muerte no solo tiene que ver con un virus extraño que se expande por doquier, sino por nuestra incapacidad de respuesta institucional y de decisión política de no poder prevenir cuando se pudo, o de organización hospitalaria, de cubrimiento de camas y de adquisición de tecnología, en definitva, del mal sistema de salud en su conjunto. Pero también nos damos cuenta que no hay mayor riesgo para la vida (individual y social) que la generada por la inseguridad económica: porque no es solo decirle a la gente que se quede en casa, sino generar la certeza de que su familia no pasará hambre ni quedará en la calle por no percibir un ingreso económico. Es puro y lógico sentido común.
La crisis instala un sentido común sobre la obligatoriedad de que la salud esté organizada por el Estado, no por intermediadores financieros privados. ¿La crisis debe ser manejada por las EPS o por el Estado? Y por otro lado, ¿no es neceario que la gente pueda tener un mínimo vital para poder vivir? La pobreza en nuestro país no es por falta de recursos, sino por la mala distribución de los mismos. Hoy generamos la suficiente riqueza en la sociedad como para que nadie, absolutamente nadie, tenga el miedo de no poder brindarle comida a sus hijos. Porque hoy reconocemos que la pobreza es peor pandemia que el coronavirus.
Corolario: ¿Le ha faltado sentido común a nuestros gobernantes? Si hacen falta espacios para adecuar camas, ¿por qué no utilizar la parte que sirve del San Juan de Dios? Es sentido común no utilizar el espacio no adecuado del historico hospital, pero sí utilizar las habitaciones que tienen conectividad para instrumentos médicos, antes de adecuar hoteles. O, ¿si la gente no puede salir a trabajar y con ello no recibirá ingresos, por qué no obligar a los bancos a congelar pago de deudas y sus respectivos intereses? ¿No es sentido común que se debe alivianar el bolsillo de la gente, especialente del más del 50% de economía informal que no tiene ingresos fijos?; y así mismo, ¿No debe haber un apoyo a pequeña y medianas empresas vía reducción de impuestos para mitigar la disminución en las ventas y que por lo mismo no recagia el costo sobre trabajadores? Puro sentido común.